-El arma que mataría al planeta Tierra.

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Año 3924


–Los humanos son realmente interesantes...

–¿Qué tiene de interesante el ser que ha llevado el mundo a la decadencia?

Contemplé fijamente su perfil mientras fruncía el ceño. Nunca llegué a comprender esa admiración tan posesiva que tenía por el hombre.

Después de las guerras y epidemias que ha sufrido el mundo por culpa de esa especie casi en extinción, no sé cómo no ha dado la orden de eliminarlos por completo.

De todas formas, había hecho una pregunta retórica, pues sabía en el fondo su respuesta. Tan solo quería escucharlo con sus propias palabras para comprobar la malicia que le corroía.

–Ya te has respondido tú solo, 13.

Abrí los ojos sorprendido. Nunca dejaba de asombrarme su astucia. Elevé la mano a la nuca y evité su mirada nervioso.

Hacía tiempo que no me llamaba por mi nombre.

Me miró por el rabillo del ojo con una media sonrisa.

Me estremecí.

Yo a su lado era como un pequeño armatoste de hierro oxidado.

«Sí, puedo ser un robot inútil, pero con sentimientos y emociones incapaz de no sentir algo ante aquella mirada tan espeluznante. »

Volvió a mirar al frente, orgulloso de haber provocado mi nerviosismo y prosiguió:

–Míranos. Somos su creación, y somos aquellos que han acabado dominando el mundo. ¿No es irónico...? –rió–, ¿y a la vez maravilloso?

–Pero señor, usted es un cyborg... ¿No le convierte eso en un medio humano?

Cerró los ojos y suspiró antes de girarse para mirarme. Contemplé con satisfacción su ojo izquierdo tras un monóculo metalizado por el que sobresalían unos aparatos, metálicos también, que se unían a su hombro continuando hasta su mano. Tenía un brazo completamente robotizado y su ojo tenía una pequeña asimilación al ojo de Horus, el que pertenecía a la religión egipcia de hace más de dos mil años: rojo como la sangre, aquel que todo lo ve.

–En cuanto rozas la cibernética y la mezclas con la robótica, dejas de ser un humano. Tú aunque tengas razonamientos, no dejas de ser un robot. Yo, aunque fui en su día un humano, al tener la mitad de mi cuerpo robotizado, ya no formo parte de ello. No soy más que otro de sus experimentos.

Asentí comprendiendo.

Nunca había tenido interés en esa especie. Quiero decir, sí, era mi creador, pero con el paso de los años te vas dando cuenta del ser tan irracional que es como para llevarse a sí mismo a la destrucción de su mundo, y por tanto, de sus vidas.

Nos llaman a nosotros, los robots, chatarra irracional; monstruos de metal incapaces de pensar por sí mismos. En el fondo creo que deberían decirse eso ellos mismos, porque aunque no estuvieran robotizados, han llegado a la decadencia mental, funcionando como máquinas automáticas con tal de sobrevivir y con tal de pelear.

A estas alturas somos más capaces de amar que el propio ser humano.

No entiendo qué tienen de interesante y no lo iba a entender nunca, pero para él eso era diferente, había sido uno de ellos una vez y por mucho que lo obviase, lo seguía siendo en el fondo... sólo le daba asco reconocerlo.

–¿Y por qué no te deshaces de ellos? –escupí. Sabía que me iba a llevar una reprimenda por eso, pero si no se lo preguntaba, mis circuitos explotarían–. Eres el gobernador del planeta, tienes el poder suficiente como para eliminarlos.

–¿No crees que sería demasiado fácil? –entrecerré los ojos–, el ser humano ha nacido para traer consigo la perdición del mundo. Día tras día han luchado asesinándose unos a otros por placer o por supervivencia, han arrasado con la naturaleza, corrompido el sistema de la cadena alimentaria, han vivido en la miseria y han dejado que otros murieran por ello sin hacer justicia, han mentido y odiado de la manera más ruin posible... ¿Qué te hace todo eso pensar que con una simple orden quisiera eliminarlos? Quiero que sufran, que sufran y se conviertan en todo lo que siempre han evitado ser... sin saber que en el fondo ya lo eran: el arma que mataría al planeta.

Mi pequeña destrucciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora