Cuando Beatrice llegó a casa esa tarde, no tenía el mismo ánimo que llevaba cuando salió.
Se había probado muchos vestidos y había elegido el que le pareció perfecto. Después de todo, así era como debía ser su boda, como todo en su vida. Perfecto. Pero la perfección era difícil de alcanzar, por no decir imposible. La llamada de su prometida esa tarde se lo recordó.
—¿Cariño...?—llamó al ingresar al apartamento y que compartían. Como no recibió después alguna, continuó avanzando, dirigiéndose a la cocina.
Se detuvo apenas pudo ver un par de botellas vacías en la mesa ratona de la sala. Ambas contenían vino del más caro, al menos hasta el momento en que abandonó el apartamento esa mañana temprano. Aquello no era buena señal.
Eileen sólo bebía cuando se sentía extremadamente triste o desanimada. Rápidamente continuó su camino hacia la cocina, con preocupación.
Allí se encontraba su prometida, sirviéndose una copa de vino, aunque sólo consiguió llenar la mitad de la misma pues su botella estaba vacía. Alzó la vista al verla llegar, y la observó con los ojos hinchados y rojos.
Ambas se quedaron quietas y en silencio por unos momentos, observándose fijamente. Finalmente Eileen soltó un largo suspiro y bebió un poco de su copa, antes de dejarla sobre la mesada de la cocina.
–Cariño...—murmuró Beatrice al acercarse un poco, con precaución y una expresión preocupada en su rostro—. ¿Qué ocurre?
—Muchas cosas, Beatrice, no quieres saber—farfulló entonces su prometida, inclinándose para revisar la alacena, sacando de allí otra botella, la última que quedaba según podía recordar.
Beatrice la observó tomar nuevamente la copa y pasar por su lado, dirigiéndose hasta la sala. No dudó en seguirla un momento después, viendo que se dejaba caer al ver el sofá de manera descuidada, dando otro sorbo a su copa.
—Por supuesto que quiero saber, cielo—aclaró mientras rodeaba el sofá y se sentaba a su lado, llevando su mano hasta su copa para poder quitársela con delicadeza.
Eileen no opuso resistencia, en su lugar sólo soltando un suspiro de resignación, relajando su cuerpo en el sofá. Se volvió hacia ella de manera casi perezosa, luciendo en extremo exhausta.
—Zoë llamó hoy... mi prima Zoë, ¿la recuerdas?—preguntó unos segundos después, y al notar que Beatrice asentía levemente, continuó—. Llamó hoy para decirme... para decirme que mamá está en el hospital, Robert intentó matarla, y luego se suicidó.
Beatrice guardó silencio. Honestamente, no sabía cómo reaccionar ante esa nueva información. Sabía de quienes hablaba, por supuesto. Robert era el padre de Eileen, quién la había echado del seno familiar el día que ella les confesó que era transgénero. Según sabía, Eileen no había vuelto a tener contacto con su familia desde entonces.
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¡Vamos, Eileen!
ChickLitCuando Eileen Hamilton conoció a la hermana menor de su prometida esa fatídica noche de jueves, jamás imaginó lo que le esperaba. Y es que Judy Abbot no era una muchacha común y corriente. Era alegre, divertida, risueña... molesta, fastidiosa, insu...