2. La tormenta antes de la calma

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Aquel había sido un buen día

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Aquel había sido un buen día.


Sus empleados, milagrosamente, no le ocasionaron ninguna jaqueca, ni cometieron errores de gran escala, lo cual para ella era un respiro de aire fresco.


Por ese mismo motivo, se sentía de un humor maravilloso. Le pidió a su secretaria que comprara el ramo de hortensias azules más bonitas que pudiera encontrar, y con ellas a su lado, se dirigió de regreso a su hogar al finalizar su jornada.


Ni siquiera los imbéciles con los que debía compartir la autopista lograron quitarle el buen humor, ni los parloteos de la vecina en el ascensor. Nada de nada.


Excepto, por supuesto, la expresión severa que su prometida tenía en su rostro cuando la vio ingresar por la puerta.


Eileen se quedó completamente quieta por unos momentos, justo en la entrada, con el ramo de hortensias aún escondido tras su espalda. Lentamente, como un animal de presa frente a su cazador, ingresó varios pasos.


Intentó imaginar qué podría haber puesto a su prometida de ese modo, y aunque se tomó unos minutos para repasar todas sus acciones recientes, no encontró nada digno de la mirada taciturna que estaba recibiendo en ese momento.


—¿Feliz aniversario...?—farfulló, a modo de broma (aunque si llegaba a acertar, no se iba a quejar), pero al no recibir respuesta, suspiró mientras dejaba las flores a un lado—. Muy bien. ¿Qué ocurre, Beatrice?


—Ah, ¿así que no lo sabes? Qué curioso.


Eileen apretó los labios, y guardó silencio por un instante. No era la primera vez que discutían, lógicamente. De hecho, lo hacían bastante seguido, aunque siempre lograban superar los obstáculos. Confiaba en que sería igual ahora.


—Beatrice, no te preguntaría si supiera. Vamos, dime qué pasa y lo solucionaremos...


—Mi hermana fue a verte—interrumpió su prometida entonces, arqueando una de sus cejas, aún conservando su expresión seria—. Te hizo un regalo.


La mujer recién llegada se tensó un poco en su lugar, más intentó no demostrarlo demasiado. Honestamente, ya se había olvidado del asunto. Asintió levemente.


—Ah, sí. Una blusa nueva—comentó con tono que pretendía sonar distraído, encogiéndose de hombros.

¡Vamos, Eileen!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora