Había ido a visitar a Judy a la mañana siguiente, y la siguiente, y la que vino después.
Había observado a la muchacha mejorar día tras día, tanto anímicamente como físicamente. Eso la había ayudado a relajarse, pero sólo un poco.
Aún se sentía bastante preocupada. Especialmente porque aún no sabía exactamente qué era aquello que aquejaba a Judy. Había pensado en preguntarle a alguna de las enfermeras, pero no quería invadir la privacidad de la chica.
Había pensado en preguntarle a Beatrice, pero se dijo que sería lo mismo que con las enfermeras: una violación a la confianza que Judy había puesto en ella.
Eso no evitaba que se sintiera frustrada y apartada, como un niño pequeño al que siempre le dicen "Cuando seas grande, te lo explico". Tener treinta y cinco años, y sentirse así, era de lo más humillante.
Esa noche estaba, otra vez, pensando en lo mismo. Por mucho que intentara distraerse, su cerebro seguía guiándola al mismo lugar, robándole bufidos de exasperación cada vez que se daba cuenta.
—Oh, mira este—comentó Beatrice a su lado, ofreciéndole una revista de bodas para que le echara un vistazo—. Es muy bonito, creo que ese es el indicado.
Eileen observó el vestido sin mucho interés en realidad. Le gustaba la moda, los vestidos de diseñador y demás, pero en ese momento podía jurar que si veía otro vestido blanco y prístino iba a estallar. Aún así se la arregló para formar una sonrisa tranquila, cordial.
—Es bonito—respondió con calma, y sin poder contenerse, agregó—. Igual que los últimos treinta que me mostraste.
El mensaje pareció llegar fuerte y claro para Beatrice, quizá porque ambas estaban sentadas en la misma cama y bajo las mismas cobijas. Casi le arrebató la revista con sus garras pintadas de azul, y le dedicó una mirada recelosa.
—Disculpa mi atrevimiento, ¿cómo se me ocurre intentar averiguar tu opinión con respecto a nuestra boda?—soltó con tono bastante dramático, aunque probablemente inconsciente del mismo.
Eileen tuvo que contener un largo suspiro, pues sabía que no haría más que empeorarlo todo de otro modo. Además, Beatrice no tenía la culpa de cómo se estaba sintiendo, ni tenía idea de eso. Se acercó un poco a su prometida, rodeando su cintura con su brazo.
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¡Vamos, Eileen!
Literatura KobiecaCuando Eileen Hamilton conoció a la hermana menor de su prometida esa fatídica noche de jueves, jamás imaginó lo que le esperaba. Y es que Judy Abbot no era una muchacha común y corriente. Era alegre, divertida, risueña... molesta, fastidiosa, insu...