19. Los puntos sobre las íes

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Eileen se mantuvo en silencio durante todo el viaje de regreso a casa, sintiendo la mirada curiosa que su prometida le dedicaba

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Eileen se mantuvo en silencio durante todo el viaje de regreso a casa, sintiendo la mirada curiosa que su prometida le dedicaba.


Cuando Beatrice le preguntó que le ocurría, ella simplemente no le dio importancia al asunto, le dijo que no se preocupara y que fuera a descansar, pues ella aún tenía un par de documentos que revisar.


Su prometida no insistió demasiado, para su fortuna, y se despidió de ella con un beso en la mejilla. Eileen sintió ganas de detenerla y limpiar sus labios con cuidado. Se sentía sucia, no merecedora de ese amor y comprensión que tan fielmente le profesaba.


Cuando estuvo completamente sola, de verdad trató de adelantar un poco del trabajo que le esperaba a la mañana siguiente en la oficina, un desesperado intento por distraerse. Obviamente no había logrado concentrarse en lo absoluto.


Sentía que la imagen de Judy se colaba en su cabeza con mucha mayor intensidad que antes. Recordaba a la perfección cada expresión que había visto en su rostro, y los gestos que hacía al hablar, y el sabor tan dulce que tenían sus labios...


No lanzó la computadora al suelo por puro milagro, sabiendo que no valdría la pena destruir algo a causa de la frustración.


No se sintió con ánimos de dirigirse siquiera a la habitación. Simplemente se acomodó en el sofá de la sala y cayó dormida, sintiéndose exhausta física y mentalmente.


Lamentablemente, a la mañana siguiente esa mala decisión hizo mella en su cuerpo. El cuello le dolía bastante, igual que su espalda y demás extremidades. Esa fue la primera señal de que iba a tener un día horrible. Y una semana horrible. Una década horrible, probablemente.


Se marchó del apartamento antes de que Beatrice despertara, sin revisar su celular en lo absoluto. Si allí había un mensaje por parte de Judy, en ese momento no sabría cómo manejarlo ni qué responder. Así que como buena adulta responsable, escondió el problema bajo una hipotética alfombra, junto a muchos otros, hasta que se viera obligada a enfrentarlo.


Apenas sus tacones Louis Vuitton resonaron en el piso de la oficina, supo que algo andaba mal. Sus empleados la observaban de forma poco disimulada, con la usual curiosidad y también algo más, algo que no lograba identificar. Soltó un pequeño bufido y avanzó hacia su despacho, aunque su secretaria la detuvo en el camino.


—Señora Hamilton, el señor Walker está en su despacho—le dijo Irina en un bajo cuchicheo, luciendo nerviosa e incómoda—. Quise detenerlo, pero...

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