Las enfermeras del hospital comenzaron a reconocerla cuando se cumplió una semana de visitar a su madre. Debía admitirlo, al principio había sido un poco incómodo verse tan seguido.
Pero esa sensación se desvaneció más rápido de lo que esperaba, y se sentía dichosa por eso.
No se sentía dichosa, sin embargo, con tener que regresar a su trabajo cada vez que terminaba la visita. Nunca había sido una persona perezosa o que se quejara demasiado, pero últimamente le costaba un poco más concentrarse en los papeleos y el trajín de la vida laboral.
Al menos aún no había visto a su jefe, así que eso era algo bueno.
—Señora Hamilton...—llamó la voz de su secretaria mientras abría apenas la puerta, asomando su nariz respingada por la rendija—. El señor Walker quisiera hablar con usted.
Eileen contuvo la urgencia de restregar su mano en su rostro, porque eso sólo arruinaría su maquillaje. Se le pasó por alto que era la primera vez que su jefe pedía permiso antes de ingresar siquiera a su oficina.
Suspiró con exasperación.
—Está bien, Irina, deja que pase.
La joven mujer asintió levemente y se retiró, sólo para que la puerta volviera a abrirse unos momentos después. Su jefe ingresó el silencio, aunque ella no apartó la vista de su trabajo para recibirlo.
—Eileen, tengo unos documentos que deberías revisar lo más pronto posible—le dijo con el tono más calmado posible, pero sólo recibió un ligero asentimiento como respuesta—. Bien... los dejaré por aquí.
Eileen asintió una vez más y continuó golpeando las teclas de su computadora silenciosamente, fingiendo que ya se había ido por dónde hacía venido. Lamentablemente no era así.
—Escucha, necesitamos hablar...
—Si no es para disculparte, o despedirme, no quiero escuchar nada de ti.
—Pues eso es lo que venía a hacer... disculparme, por supuesto—aclaró William, con una pequeña sonrisa casi nerviosa en su rostro—. Lo del otro día... no era mi intención ofenderte.
La mujer detrás del escritorio detuvo su tecleo por unos momentos, apartando la vista de la pantalla para poder mirarlo. Había una expresión escéptica en su rostro, que se acentuó cuando se quitó los lentes de lectura.
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¡Vamos, Eileen!
Chick-LitCuando Eileen Hamilton conoció a la hermana menor de su prometida esa fatídica noche de jueves, jamás imaginó lo que le esperaba. Y es que Judy Abbot no era una muchacha común y corriente. Era alegre, divertida, risueña... molesta, fastidiosa, insu...