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–N-no, –dijo él– no es. No –negó con leves movimientos de cabeza y desvió su mirada.

–¿Disculpe? –interrumpí llamando de su atención nuevamente y así su mirada fue a dar con la mía nuevamente–. ¿Está bien? –intenté tocarle el hombro con amabilidad.

A través de la corta distancia, mi mano viajó para lograr posarse sobre el hombro del contrario. Pero su rechazo fue evidente al notar las grotescas marcas en mi mano.

–¡Aléjate! –gritó llamando la atención de las personas.

La mirada de algunos se centró en mí, me había convertido en el total centro de atención. Causándome incomodidad y cierto toque de inseguridad.

Detuve el movimiento de mi mano y la alejé de él. Aún su mirada se posaba en mí pero esta ocasión hacia las leves marcas en mi rostro. Descendí mi mirada y escondí mi rostro entre el flequillo de mi cabello.

Las lágrimas comenzaban a acumularse y la inseguridad me volvía a gobernar con tal agresión como lo había hecho tiempo atrás.

–Y-yo... Lo siento –susurré apenas audible y retomé el camino avanzado con pasos largos y unas innecesarias ganas de romper en llanto.

Ahora después de tanto, sentí el mismo sentimiento de rechazo que tiempo atrás me consumía en una plena y total depresión. Ahora me sentía la misma chica horrenda de antes.

•••

–Oh, hola, Dulce –saludó amable mi vecino quién salía de su departamento.

Irrumpió en mis pensamientos y me obligó a mirarle un tanto distante, aún con mi expresión de desolación.

–Hola –respondo sin muestra de ánimo y continuar mi camino a mi apartamento.

–¿Sucede algo? –pregunta de repente.

–No –suspiro buscando las llaves de mi apartamento en la bolsa de mi chaqueta–. Todo está... bien.

Busco la cerradura con la punta de la llave y al dar con ella giro un par de veces y así abrir la puerta con éxito.

–Dulce –me nombra–. Me estás mintiendo.

Dirijo mi mirada hacia él y le sonrió con levedad. Y así por fin él se percata de mi sensibilidad al hablar de lo ocurrido.

Me sonríe apenado y se encamina hasta mí con una necesidad de darme consuelo, lo sabía porque lo necesitaba. Él lo sabía.

–Duldi –pronuncia con ternura mi sobrenombre, ese que tanto me gusta escuchar de él–. ¿Qué ocurrió? –ya estando a mi lado, hala de mí tomando mi brazo con suavidad y me acerca a él rodeándome con sus brazos.

Él no era como un vecino cualquiera para mí. Él era Park Jimin, la única persona que había estado conmigo en aquel tiempo de difícil vivir para mí además de cuidar de mí día y noche en aquel año donde me encontraba al borde de la muerte.

–Soy horrenda –suelto para acto seguido romper en llanto en el pecho de Jimin–, soy horrenda.

Me aferro a él con fuerza permitiéndole rodear sus brazos en mí con más fuerza. Le escucho suspirar y siento su mano acariciar mi cabello.

–No lo eres, –responde– no eres para nada horrenda –me aleja de él con sutileza con el único propósito de observar mi rostro pero le niego tal deseo–. Hey, –dice en susurro, en un suave susurro– Dulce –me nombra tiernamente. El tacto de su mano en mi mentón me obliga a observarle–. Mereces la pena, eres perfecta, eres hermosa.

–No –niego con leves movimientos de cabeza–. No es verdad, Jimin. Sólo lo dices para no hacerme sentir mal.

Jimin sonríe divertido. Y me observa fijamente a los ojos, en esta ocasión su mano de pasar a sostener mi mentón se dirige a la marca de mi rostro y la acaricia con ternura. Su mirada se desvía de la mía y observa cada facción de mi rostro.

–Que estas cicatrices no te digan lo contrario.

Siento mis mejillas enrojecer y desciendo mi mirada avergonzada, Jimin aún acariciaba la cicatriz de mi rostro.

–Todos me dicen lo contrario –hablo con timidez–. Hace rato –me atrevo a platicarle lo sucedido– un tipo se sintió, tal vez, –pienso en lo que diré– asqueado al ver mis cicatrices en las manos. Derramé por accidente su café en su chamarra y por mí intento de ayudarle, observó mis mano y me rechazó. Además observó la marca de mi rostro y me observó aterrado.

Jimin en todo momento escucho con atención mi incidente. Me observaba con cierto grado de lástima pero la impotencia de no lograr haber hecho nada le sobresalía de mayor manera.

–Era un tipo idiota –comenta–. Ellos jamás sabrán todo lo que sufriste, jamás sabrán todo el dolor que te conllevó esas cicatrices, Dulce. Jamás.

Y era verdad, nunca nadie sabrá todo el sufrimiento físico y psicológico al que tuve que enfrentarme para estar ahora dónde estoy. Estas cicatrices eran el único medio que me daba la vida para decirme lo mucho que duele sobrellevar las cosas y sobrevivir a los golpes de la vida. 

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Quiero invitarlas a leer mi nueva historia, SATURNO. Una fanfic igualmente con Suga:

Tuve tantos momentos felices que olvido lo triste que fue darte de mi alma, lo que tú echaste a perder.
Yo no quería amarte, tú me enseñaste a odiarte, Min Yoongi.

Yo no quería amarte, tú me enseñaste a odiarte, Min Yoongi

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Sugar Melody | SUGADonde viven las historias. Descúbrelo ahora