14. David

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DAVID

Ayer fue el primer día del nuevo año.

Me sentí realmente fascinado con la multitud de familiares que recibimos en casa. No recordaba tener tantos primos, creo que se multiplicaron desde la última vez que vinieron.

A pesar de que fue divertido haberlos tenido aquí, agradezco la tranquilidad que volvió a casa cuando se fueron.

Ver a mamá tan amorosa, sentir su cariño, hizo sentirme tan cómodo para decirle el secreto que tanto había guardado, pero el hecho de tener la casa llena de visitas fue algo que me incomodó.

Ahora nos despedimos de mis hermanos, uno tomará el tren hacia la sierra más bonita del país, y mi hermana hace algunas horas tomó un vuelo hacia el sur del continente.

En la estación de tren, con el frío de la madrugada y abrigos sumamente gruesos, abrazo a mi hermano por última vez hasta la próxima, no sé cuándo volverá, no quiero que se vaya, mi hermano pequeño y yo lo necesitamos. Él es nuestro hermano mayor, necesitamos de él.

¿Mis pensamientos se basan en ver cuánto tengo o en cuánto me falta? Porque podría pensar que tener a mi hermano menor es estar medio lleno, pero la falta de mi hermano mayor me hace reflexionar sobre si estoy medio vacío. Tampoco tengo a mi hermana en casa, pero hay quiénes anhelan tener un miembro en su familia femenino y no lo tienen. Oh, cierto, también olvidaba que hay quiénes no tienen ¡ni a sus padres! Y yo tengo a uno, a mi madre. Mi madre lo es todo, pero ¿por qué en las noches de luna llena me siento vacío?

A veces siento que mi existencia en el mundo no es indispensable, es decir, si yo no existiera ¿qué cambiaría del mundo? ¿Las personas dejarían de ser personas por qué yo no existo? ¿El mundo giraría en otro sentido? No.

Sin dejar de lado mis cuestionamientos, miro a mi hermano despedirse antes de tomar el tren, levantando una mano en señal de despedida, le devuelvo la cordialidad con una sonrisa y la misma señal. Al dejar de verlo, mamá, mi hermano pequeño y yo nos vamos de aquí. Mamá me pide que conduzca yo porque está lo suficientemente triste como para que las lágrimas la dejen ver el camino de regreso a casa.

Cuando finalmente entro a mi cuarto, me recuesto sobre la cama volteando a ver al techo, pensando en lo que le tengo que decir a mamá.

Tengo como obligación contarle a mamá todo lo que pasa en mi vida, o al menos lo indispensable para que sepa cómo soy y por cuáles situaciones paso.

Hace tiempo, quizá algunos meses o un año, comenzó a gustarme una persona, de mi curso, pasaba sumamente desapercibido ante sus ojos, yo lo sé. Ante los míos también, lo confieso, pero hubo algo que empezó a captar todos mis sentidos hacia su rostro; la inteligencia contenida en su cabeza.

Siempre en cada examen, era de las personas con números más altos, sobresalía cada vez que se trataba de poner a prueba su cerebro, quería tener esa misma habilidad, lo que me llevo a hablarle por primera vez, fue extraño. Recuerdo que le pedí ayuda para un tema de matemáticas que yo juraba era imposible de entender, pero esa persona me explicó de una manera en la que fue muy entendible para mí y lo que más me llamó la atención fue cómo me trato; siempre fue amable conmigo. Aún y cuando estaba ocupado, tenía su ayuda cada vez que se la pedía.

Se convirtió en una persona importante para mí, y cuando nuestros temas de conversación ya no eran sobre cosas de estudio, se volvió especial, sabía que había algo que me haría sentirme importante y dejaría de pensar en esas preguntas existenciales durante la noche.

Cuando conocí su lado fiestero, no dejó de parecerme atractiva su inteligencia, puesto que a pesar de ser una persona inteligente sabía divertirse.

Caos fraternalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora