19. Emmanuel

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EMMANUEL

Cuarto día de enero.

Me siento sucio, desquiciado.

Todo eso es porque he fingido sentir algo por alguien a quien le llamo novia todos los días, mientras oculto mis sentimientos por una chica de grandes ojos color miel...

Hace algunos meses, cuando recién entramos a quinto semestre, conocí a una chica de otro salón, justo del mismo salón de Mary y Fernanda. Nos hicimos amigos por casualidad. Al verla por primera vez, me pareció muy atractiva; era la típica chica intelectual de lentes, solo que con cabello rojizo, de esas que te enamoras sólo con verlas.

El rostro tan blanco y limpio, únicamente manchado con un pequeño lunar encima de su labio superior.

Su estatura era muy peculiar, puesto que apenas pasaba el metro y medio de estatura. Parecía sacada de un cuento de hadas donde la princesa tenía que usar zapatillas para verse más alta; pero así me encantó.

La miraba a ella como un amor platónico, que se convirtió en mutuo, y al conocerla de verdad, ambos nos enamoramos.

Nos dimos una oportunidad de hacer realidad nuestro propio cuento, ella, mi princesa, yo, su príncipe.

Ale, ese era el nombre de mi princesa.

Poco a poco construimos un bello castillo, con candados forjados a las puertas cada vez más fuertes.

Cabalgamos todos los días al bosque a recoger los frutos de los árboles de amor que rodeaban a nuestro castillo. Y sí, dentro del mismo bosque nos encontrábamos a lobos capaces de robarse a mi princesa hacia otro castillo, pero yo la protegía con mi escudo de amor verdadero, y rápidamente ella volvía a mí.

Nuestro reinado era único, excepcional. Los cimientos se fortalecían con lealtad, entrega y sacrificio.

Hasta que un día, una ligera discusión ocasionó que yo saliera del castillo y me dirigiera hacia un pozo a beber agua. Pude haber bebido del agua del castillo, pero estaba tan harto de beber siempre el mismo sabor que decidí salir.

Al estar fuera del castillo y observar todo el paisaje desde ahí, me sentí tan libre que inmediatamente salí a probar las maravillas que se escondían dentro del bosque.

Me adentré tanto, que olvidé cómo regresar al castillo, estaba perdido.

Pasé días con la sed de sentir a alguien, sed de cariño, sed comprensión. Sediento, hasta sentirme solo y abandonado.

Hasta que una noche, una manada de lobos se acercó a mí, me llevaron arrastrando hacia otro reino. Allí dentro, me ofrecieron solo una noche de amor, una. Sin darme cuenta de que era una trampa para hacerme preso de la princesa de ese castillo; la princesa Fernanda.

Inmediatamente después, sus soldados mandaron a destruir el bello castillo que habíamos construido Ale y yo. Acabando con todos nuestros guerreros que estaban armados con lealtad y confianza.

No me quedó de otra más que aceptar el hecho de que ahora yo pertenecía al castillo de Fernanda. Más sin embargo, mientras Ale divaga por la osadía del bosque, solitaria, yo me encuentro aquí, preso en la cárcel del amor de Fernanda, sin poder decirle a Ale que ya no pertenezco más a su castillo.

En ningún momento anterior había sentido ni un poco de atracción por Fernanda, solo la miraba, como miraría a cualquier amiga. Claro que se me hacía bonita, pero no lo suficiente como para reemplazar a Ale.

Todo cambió la noche de la fiesta de Cristian...

Estaba tan enojado con Ale porque siempre quería que estuviera a disposición de ella, pero ese día me negué a obedecerla para ir a la fiesta de Cristian, lo que provocó que se enojara, cosa que no me importó y decidí irme de todas formas.

Caos fraternalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora