➵ Capítulo 4. Sobre cómo las estadísticas fallan.

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Llego a mi casa más o menos a las siete de la noche. Dos horas caminando en la calle como vagabunda no me dieron una respuesta concreta para entender mi comportamiento con el chico del parque.

Ni siquiera sé su nombre, por ende no lo conozco. Eso quiere decir que no he violado ninguna de mis reglas.

Intento calmar mi consciencia repitiéndome eso último una y otra vez. Quizás la agitación que siento en mi pecho cerca de él se deba al momento de vergüenza que sentí.

Además, me convenzo de que las probabilidades de volvermelo a topar son una en un millón. Las estadísticas no están a su favor. Para nada.

-Eso es, Becca. Ahora quédate quieta.

-Vaya, eso era lo que siempre te decían de pequeña y aún así nunca hacías caso- dice An. Tiene puesta su pijama y su cabello está envuelto en una toalla. Agita la cucharilla que está en su taza de té y me mira fijamente- ¿Puedo saber a dónde fuiste por más de tres horas sin siquiera llevar tu teléfono?

Se me escapa una risita. An es una vieja atrapada en el cuerpo de una adulta joven.

-Sabes que ya no tengo quince, ¿no es así, hermanita? -me burlo.

-Becca...

-Pero -la interrumpo-, si te tranquiliza, estuve caminando hacia el fracaso durante hora y media, luego me aburrí y caminé de vuelta a casa. Ahí lo tienes, tres horas justificadas.

Ahora es su turno de reír. Me acerco hacia la cocina, cojo una manzana y me devuelvo a la mini sala de estar. Me siento en el viejo sofá morado, al lado de An. Muerdo mi manzana en silencio esperando alguna palabra o pregunta por parte de Anahís, pero no obtengo nada.

-¿Te sientes bien?

-Sólo pienso, Bec. ¿Qué tanto quieres estudiar derecho?

-En una escala del 1 al 10... -finjo meditarlo un poco- como un treinta.

An vuelve a reír.

-Bien, entonces debes agradecer que me tienes a mí de hermana- responde, se levanta y se va.

-¿Qué? ¡Acabo de perderme en la conversación! -le grito. An no tarda en volver a aparecer. Esta vez tiene un pequeño papel en su mano y me lo extiende. Lo tomo.

En él está escrito, con su pequeña letra de terrorista, un número teléfonico debajo de un nombre: Nathan Graham.

-¿Qué es esto? -pregunto entre confundida y curiosa.

-Llama y averígualo. Agradece que soy tu hermana y... Que conozco gente.

-¿No estás en drogas o sí?

An voltea los ojos y se va a su habitación, no sin antes decir su típico  "Dulces sueños" más un "Buena suerte".

-Nathan Graham... -repito su nombre.

Para entonces son las 9 de la noche, quizás no sea una hora prudente de llamar. Tal vez es un señor mayor director de alguna universidad prestigiosa de derecho, por ende puede que a esta hora esté durmiendo y me da miedo despertarlo con mi llamada.

Decido enviar un mensaje de texto. Un mensaje con muchas palabras formales, usando acentos y signos de puntuación.

Lo releeo más de un millón de veces, parezco editora de novelas. Una vez que estoy segura presiono enviar.

Espero hasta que aparezca la palabra enviado y presiono el celular contra mi pecho. Siento ansiedad por su respuesta, tengo que obligarme a ser paciente. No obstante, diez minutos después, recibo un mensaje.

Sobre cómo no caer en el amor #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora