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Mayra caminaba a toda prisa como si el tiempo fuera tan relevante, que no importaba si tenía que empujar alguien, pero ella tenía que llegar y pronto, Henry la había citado en un lugar diferente esta vez, un lujoso restaurante a las afueras de la ciudad, en definitiva era un sitio digno de reconocer, sus pasillos eran de mármol y poseían una limpieza absoluta, era un enorme lugar de color blanco, con enormes columnas que parecían talladas con tanta delicadeza y a pesar de verse como un lugar sumamente caro, había una gran cantidad de gente caminando, riendo y niños corriendo a su alrededor, de repente ella se detuvo, fijo su mirada en un hombre sentado de espalda, él tenía los cabellos de color obscuro, su piel era de un tono moreno, parecía un poco bronceado por el sol, ella le toco la espalda y él reacciono llevando su mirada fijamente hacia ella; cuando ambos se miraron de frente él le sonrió, y ella pudo notar que sus ojos eran de un café obscuro tan intenso que la hacían sentir como embriagada , su cabello rizado caía sobre su frente, él poseía una nariz un poco grande, y sin embargo lo hacía parecer atractivo, mientras que en su sonrisa se podían apreciar unos dientes perfectamente blancos que incitaban a devolverle la sonrisa; él se levantó la miro y pronunció.

- Suelo llegar tarde a todas partes, pero cuando se trata de ti siempre llego antes, para esperar y verte llegar así, hermosa con tu labial, con tu falda de colores, con esa sonrisa que cambia la expectativa de cualquier persona.

Mayra se sonrojo al escuchar estas palabras, ella no podía entender como es que él le decía todas esas cosas que la hacían sentir maravillosa.

- Henry estas apenándome

- Pero sabes que lo que digo es verdad, porque cuando te miro pienso en que todo me gusta de ti, me gusta tu cabello, tus ojos, tu nariz, tus labios, tu cuello, tu espalda, tu abdomen, me gusta la manera en la que me sonríes, e inclusive la manera en que me miras...

Ella no podía imaginar cómo es que a él le gustaban todas esas cosas que ella consideraba tan banales, tan simples, tan fuera de serie, pero lo que él le decía se sentía tan real, tan tangible, así es como suele ser el amor tan tangible pero a la vez tan intocable, tan invisible y es eso lo que lo hace difícil.

- Toma asiento Mayra por favor, vamos a dejar de lado la palabrería romántica

A Mayra le sorprendió un poco el cambio de rumbo que tomaron las cosas en este momento.

- Claro Henry ¿sucede algo?

- Te pedí que nos encontráramos aquí para que nuestra charla sea un poco más formal de lo habitual

- ¿Formal? No comprendo

- Sé que trabajas en bienes raíces

- Así es ¿En qué puedo ayudarte?

- He pensado mucho tiempo, pero debo tomar esta decisión

- ¿Cuál decisión?

- Voy a vender la propiedad de mis padres y es por eso que necesito de tu ayuda

- Claro Henry a eso me dedico, es sólo que pensé que querrías conservar la casa

- ¿Por qué pensarías eso?

- Pues parece de importancia para ti

- No confundas palabrerías con sentimientos, una propiedad es sólo un aspecto material

- Es sólo que

- ¿Qué? Mayra pensé que podrías ayudarme con esto, pero si no puedes igual y consigo otro agente de bienes raíces

- Puedo ayudarte Henry, no es ningún problema para mi.

Ella parecía no entender, cuando él le había mostrado su casa parecía no querer deslindarse de aquel lugar por los recuerdos que le generaban, pero sentado frente a ella su cara había adquirido una frialdad y una decisión que le hacían parecer una persona diferente inclusive.               

El último unicornioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora