Capítulo Veinte

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Había que cruzar todo el patio para llegar a la zona de las celdas desde el consultorio del psicólogo. En ello estaba Tomás. La hora de consulta con el Doctor Muñiz había logrado apaciguar un poco la fiereza que llevaba dentro. Se sentía algo menos malhumorado aunque aún no notaba el despertar de sentir por los demás, de ponerse en su pellejo. <Todavía falta para eso> le había dicho el psicólogo, y lo más importante, Tomás le creía.

Estaba todo calmado, nadie ocupaba las pistas de deporte ni los bancos de pesas. Era extraño. Hubiera jurado que había una veda de "libertad" abierta y, que él supiera, no se había cerrado. Cruzó sin prisa el exterior respirando el aire de la calle pensando que si era así, que ya no podían hacer lo que les viniera en gana, sería que habían vuelto a las rutinas de siempre y, por lo tanto, no volvería a respirar ese aire hasta mañana por la tarde.

Al llegar a la puerta enrejada que daba paso al edificio de las celdas se encontró con tres policías. Tomás hizo el esfuerzo por sonreírles, intentaba poner en práctica lo aprendido con el Doctor, pero en esta ocasión fueron los funcionarios quienes no correspondieron su buena acción. Sin decir nada le tumbaron violentamente en el suelo y le esposaron las manos por detrás de la espalda.

-Queda usted detenido- se dignó uno de ellos a decir.

-¿Pero por qué?- preguntó Tomás sin oponer resistencia, hubiese sido inútil malgastar fuerzas, eran mayoría.

En silencio le ayudaron a levantarse y a empujones le llevaron hasta la dirección donde Nuria le esperaba con el rostro enojado.

-Cierren la puerta al salir- ordenó la directora a los funcionarios de prisiones y éstos obedecieron servilmente.

Tomás miraba a Nuria buscando compasión y respuestas. No entendía porque estaba en esa situación, estaba seguro de que nada malo había hecho.

Nuria le observaba con decepción y moviendo la cabeza a modo de negación.

-Ay Tomás, Tomás- dijo mientras se mordía el labio inferior -¿Qué hago contigo?-

Tomás bajó las cejas. <¿De qué está hablando? ¿Por qué está tan decepcionada?> pensó.

La directora, que le leyó el pensamiento pues su cara lo decía todo, colocó en la mesa la declaración firmada por Facada donde se le culpaba de dos homicidios con ensañamiento y con testigo. Tomás comenzó a leerlo mientras su cara cambiaba de incertidumbre a la más profunda rabia que se podía generar dentro de un ser vivo. Nuria le pasaba las hojas puesto que Tomás no podía usar las manos al llevar todavía las esposas. Una lágrima cayó en los papeles arrugando un par de palabras. Era la primera vez en su vida que Tomás lloraba. El niñato ya no leía, ya sólo pensaba, ya sólo odiaba. Facada le había traicionado. Él que creía que cuando cambiara serían grandes amigos, él que había dado el paso hacia su mejora en buena parte por su compañero de celda. ¿Donde estaba esa admiración que veía en sus ojos cuando le observaba? ¿Para qué esos consejos para hacerle más confortable su estancia en el reformatorio? ¿Para qué tanta mierda? Le había dado la peor puñalada que se podía dar. Esas sí que dolían, te desgarraban por dentro, justo en el corazón.

-¿Tienes algo que decir?- preguntó Nuria alejándole la empapada declaración.

-¿Qué va a pasarme?- Tomás entendía que no servia de nada negarlo todo, había caído en la trampa, había que pensar en como salir de ella de otra manera.

La directora se acercó a Tomás, le secó una lágrima con el dedo y sonrió.

-Aislamiento, un largo tiempo aislado te espera-

Tomás bajó la cabeza asumiendo su castigo aunque por dentro le comiera las entrañas la no culpabilidad.

Guardias!- gritó Nuria -¡Llevénselo!-



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Matías se metió en el agujero como un loco, avanzaba muy rápido arrastrándose por el túnel y se dejaba la piel de los codos en cada metro. Conocía la ruta como la palma de su mano ya que la había fabricado él solito. Podía escuchar las voces de dos personas unas decenas de metros más allá, más o menos en el centro del túnel, a la altura de la lavandería. Un olor a hierro venía a su sentido olfativo, la sangre de Morder y Komputer aún impregnaba su ropa y le recordaba para qué los había matado. Por Tomás. Desde que ese chico le pegó el día del tumulto para ir a comer algo había saltado en su cerebro. Ya no lograba mantener un sentimiento continuado. Se había bloqueado.

Aceleró el paso todo lo que pudo. La piel de sus brazos se había rasgado tanto que ahora eran sus músculos los que tocaban la gravilla y se arañaban con ella. Ya les oía cerca, ya estaba casi con ellos.

Giant se dio cuenta de que alguien les seguía a toda prisa y alertado comenzó a acelerar chocando con Zabic.

-Vamos, acelera jefe, joder, nos va a alcanzar- decía asustado el Gigante.

Zabic paró.

-¿Qué dices? ¿Quién?-

Aaaaaahhhhhh!- Giant gritó. Quien quiera que fuese le había arrancado un gemelo de un mordisco.

Antisocial ® (3 Colección Trastornos Mentales) #sakura2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora