Capítulo Treinta y dos

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Nuria miraba embelesada el cadáver de la madre de Matías, la que fue la mujer de su amado Martín. Aquella que falleció en extrañas circunstancias tan sólo unos días antes de conocerse en aquel bar.

-Sí Matías, es tu querida madre- afrimó la directora del reformatorio -Y tengo que decir que puedes sentirte orgulloso de ella. Me costó un montón acabar con su vida, era una luchadora muy feroz-

El chileno, sin pensárselo, salió corriendo a por Nuria con toda la velocidad que le daban sus piernas. Tomás llegó a agarrarle, pero no lo pudo frenar ni un milímetro y Nuria se vio con él encima antes de lo que se esperaba. Ante el tremendo empujón que le hizo caer al suelo disparó su arma, pero no logró acertar en el cuerpo de Matías.

-Aaah- se oyó en el fondo de la casa.

Tomás se giró y vio a Facada emanando sangre por una de sus sienes. La mal disparada bala había terminado fortuitamente alojada en la cabeza del portugués y éste se desplomaba sin vida sobre el sucio suelo de la cabaña.

Matías se desvivía colocando un puñetazo tras otro en la cara de la hermosa mujer, desfigurando su bello rostro por completo. La furia con la que soltaba cada golpe era equivalente a la pena que había sentido al ver a sus padres allí.

Facada!- gritó Tomás yendo a su inútil auxilio.

Intentó, sin éxito, encontrarle el pulso varias veces y, al ver que no lo lograba, le bajó los párpados con suavidad cerrando así sus ojos. Le había traicionado y, sin embargo, no sentía nada por él. Ni odio, ni rencor, ni pena, ni amistad. Nada. Seguía siendo un antisocial de mierda.

Al lado de la puerta seguía el pequeño chileno descargando su odio sobre la cara de Nuria. Ella ya no ponía ninguna expresión. Ningún gesto podía ya adueñarse de sus facciones. Hacía un buen rato que había dejado de oponer resistencia, pero él seguía dando puñetazos, uno tras otro, uno tras otro.

Tomás se dio cuenta del fallecimiento de la directora, pero aún así, no sintió nada tampoco. Es más, dejó que Matías siguiese golpeando, ni se le pasó por la cabeza frenarle.

Salió fuera y respiró una gran bocanada de aire puro. Quería quitarse ese hedor a muerto que se le había introducido por las fosas nasales. Se sentó en un escalón y miró hacia el cielo. Una mano se posó en su hombro. Tomás alzó la vista hacia su derecha. Era Matías.

-¿Puedo?- preguntó

Tomás no respondió. El chileno se sentó a su lado. Llevaba la cara roja por el sobresfuerzo y los nudillos totalmente reventados y sanguinolentos.

-¿Has leído la fábula del león y el ratón?- preguntó Matías entre resoplidos risueños.

Tomás le miró a la cara con expresión de no entender nada. Muchas veces era imposible seguirle el hilo.

-¿Se puede saber qué cojones dices ahora tío?- increpó Tomás.

Matías comenzó a reír fuertemente. Estaba claro que no conocía el cuento. Quiso explicárselo.

-Trata de un pequeño ratón que quería ser amigo de un león. Veía algo en él que le entusiasmaba, en cambio, el león, menospreciaba al ratón por ser más pequeño- relataba Matías.

-Déjalo Matías- intentó cortar Tomás -No me interesa-

Aquella respuesta le sentó mal al pequeño chileno, pero, lejos de parar de contar, continuó su relato.

-El león creía que el ratón era indefenso y se valía de su rabiosa forma de ser para asustarle, como hacía con todos los animales. Nunca pensó que ese pequeño animal pudiese hacerle falta algún día-

Te he dicho que no me interesa, joder!- Tomás gritó.

Matías se puso de pie.

-Pero un día el león cayó en una trampa que pusieron unos cazadores. Nadie ayudaba al rey de la selva a salir de allí. El león vio al ratón y comenzó a suplicarle e implorarle perdón para que le ayudase-

Tomás hizo lo propio y también se puso en pie. No quería escuchar más aquella historia de niños. No comprendía a Matías ni le apetecía hacerlo. Se colocó a dos centímetros de su cara y con una mano tapó su boca.

Calla de una puta vez! ¡No me importa una mierda tu estúpida historia! ¿No te queda claro?-

Matías mordió la mano de Tomás con gran violencia. Las gotas de sangre comenzaban a derramarse por entre sus dedos. Matías cerraba bien fuerte la mandíbula y sonreía. Tomás hacía grandes esfuerzos para soltarse de aquel mordisco. Tiraba hacia atrás pero no podía sacar la mano de su boca. Comenzó a darle puñetazos y patadas a esa corta distancia. Matías le cogió del cuello y girando sobre sí mismo logró tumbarle en el suelo. Le inmovilizó. Abrió su boca dejando la mano libre, después escupió dos dedos.

Tomás estaba tirado en el suelo boca abajo y Matías estaba encima de su espalda. Le cogió la mandíbula obligando su cabeza a estar mirando hacia arriba, después se acercó a su oido, ese que le había seccionado tiempo atrás en la prisión, y le susurró.

-¿Sabes? He pensado en un final mejor para el cuento-


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El coche del Patas frenó bruscamente a unos metros de la cabaña. El gitano era una de esas personas a las que le gustaba hacerse notar. tenía que ser notoria su presencia incluso cuando estaba solo. Se quitó el cinturón con rapidez y se giró hacia Galen.

-Venga payo, baja- alzó las cejas -Ya hemos llegado-

Galen obedeció inmediatamente y bajó del coche. Los dos se miraron, Patas sacó un cuchillo enorme del bolsillo interno de su chaleco.

-Lo siento- negó con la cabeza -No puedo darte un arma, puedes traicionarme-

Galen no se inmutó, tan sólo se concentró en seguir al gitano a donde fuera que se dirigiese.

Avanzaban hacia la puerta cuando oyeron voces. Galen sabía que eran Tomás y Matías discutiendo. No sabía bien si deberían entrar en ese preciso momento. Conocía de sobra la furia del chileno y no creía necesario pasar por ese trance, y menos cuando lo que se supone que debían hacer es convencerle de irse con ellos.

-No deberíamos entrar ahí- dijo Galen temeroso.

El Patas hizo aspavientos con los brazos.

-Aaaaay, no seas cagao payo- se le veía enfadado -Tú vas a entrar delante, por si acaso-

El sueco tragó saliva y dio el primer paso que cruzaba la puerta.






Antisocial ® (3 Colección Trastornos Mentales) #sakura2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora