Capítulo Veintiocho

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-¡Mira Tomás!- Facada señalaba una pequeña cabaña oculta tras la maleza -¿Paramos a descansar?-

Tomás afirmó con la cabeza y se desviaron hacia allí. Para llegar a ella había que introducirse por el denso follaje que la rodeaba. Estaba muy bien disimulada y disfrazada de naturaleza, como si formara parte del bosque.

Facada iba apartando ramas con los brazos y sujetándoselas a Tomás, supongo que, en cierto modo, aún se sentía culpable de haberle traicionado y usaba la manera de compensárselo.

Llegó primero a lo que parecía la puerta de entrada de la cabaña. Miraron la pequeña casa de arriba a abajo para poder juzgarla y decidir si entrar o no. Una caseta abandonada en medio del bosque y, al parecer, ocultada a posta de la visión de los caminantes, no era que dijéramos un lugar que, a priori, reflejara seguridad y confort, sino más bien todo lo contrario, y sobretodo esa. Su fachada estaba fatalmente conservada, se notaba que llevaba abandonada muchos años, tal vez se pudieran contar en décadas, su tejado estaba claramente derruido y faltaban innumerables tejas. Las inclemencias del tiempo y los animales del bosque se habían encargado de dar a la cabaña un aspecto muy tenebroso.

Tomás, harto ya de ir detrás de Facada, empujó la puerta de entrada que se abrió emitiendo un gran chirrido y sin oponer ninguna resistencia. Todo estaba oscuro dentro, en penumbra. Olía muy fuerte a humedad. El polvo y las telarañas se habían adueñado de la casa no dejando ni un hueco libre de ellos. Se podían ver bultos grandes tapados con mantas o sábanas, mugrientas en su superficie, pero sutilmente colocadas para tapar muy bien lo que fuese que hubiera debajo de ellas. No había nada más. Por lo menos a simple vista. Había que entrar para explorar mejor.

Tomás dio un paso al frente. Facada le agarró la mano fuertemente impidiendo que avanzara más.

-¿Dónde vas? Deja que vaya yo primero, podría haber trampas, o algún objeto punzante sobresaliendo de cualquier sitio-

Tomás se soltó con un tirón de su brazo.

-Ya vale Facada. No eres mi padre. No me debes nada- Tomás tragaba saliva por lo que estaba a punto de decir -Ya te he perdonado-

Facada se puso a rebosar de alegría. Era todo un logro eso que había escuchado salir de la boca de Tomás. El niño que no sentía nada por los demás le había perdonado. Parece que empezaba el cambio del niñato y lo estaba dando hacia él. Abrió mucho los brazos y le dio un fuerte abrazo. Tomás no se lo devolvió, pero se lo dejó dar. Una leve sonrisa apareció por la comisura de sus labios, pero solamente la notó él.

-Déjame entrar primero por favor- insistió Tomás -Necesito curiosear la cabaña para saber si podemos quedarnos hasta que amanezca-

Facada se apartó con la sonrisa aún en la boca y con los brazos hizo un gesto cordial invitándole a avanzar.

-Usted primero por favor- le dijo.

Entraron uno seguido del otro. Tomás se quitó de la cara la primera tela de araña a los tres pasos.

Joder! ¡Con el asco que me dan!- gruñó.

En unos pocos pasos se recorrieron todo el habitáculo, era bastante pequeño, de unos veinte metros cuadrados. No había rastro de baño, cocina o habitaciones destruidas, ni siquiera parecía que las hubiese habido nunca. Esa cabaña había sido construida a conciencia para guardar cosas, así que caminaron hasta el centro, donde se encontraban los bultos.

Facada se agachó y con una mano cogió uno de los extremos de una sábana. Antes de hacer cualquier cosa levantó la vista hacia Tomás. Buscaba su aprobación. Éste afirmó con la cabeza.

El portugués tiró con fuerza hacia arriba mostrando por fin aquello que ocultaba alguien con tanto esmero y en un sitio tan perdido. La sábana destapó uno de los bultos y les provocó otro en el estómago.

-Parece el cadáver de un niño-

-Parece el cadáver de un niño-

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-Gracias. Se te abonará la suma de dinero correspondiente, como siempre-

El Patas se frotó las manos. Ya podía olfatear ese montón de billetes de quinientos euros.

-De nada- dijo el Patas -Siempre es agradable hacerle un favor- sonrió y le abrió la puerta.

Matías se dirigió al coche siguiéndole y se sentó en el lado del copiloto. Sin mediar palabra arrancaron. El pequeño chileno no sabía hacia donde se dirigían, pero no quería preguntar, estaba llorando, de repente se acordó de su padre. El coche rodeó todo el poblado. Estaba asegurándose de que no quedase ningún funcionario con vida por allí. Cuando acabó y comprobó que todo estaba en orden pusieron rumbo a algún lugar por un camino de piedras sin asfaltar.

Matías sólo miraba por la ventanilla, pero sin fijarse en nada que hubiese en el paisaje. Pensaba. Recordaba a su padre, las cosas que hacían juntos. Se acordaba de como le daba consejos cuando veía que iba a tener algún episodio de bipolaridad, nadie le conocía como él. Ni siquiera Nuria, su madrastra, por mucho que se esforzara. Su mamá había fallecido unos meses antes de que su papá le presentase a la directora del reformatorio. Ojalá siguiese viva. Siempre le apoyaba y le ofrecía su hombro para llorar. <Nada como una madre> pensó Matías.

Giró la cabeza y le miró. No sabía que pretendía, pero allí estaba, conduciendo el coche a toda prisa por un camino que ni siquiera era apto para vehículos. <Y me llaman loco a mí> razonó para sus adentros.

-Ya llegamos- dijo, y Matías le creyó.

Forzando la postura miró hacia afuera por la ventanilla del conductor y vio un bosque frondoso lleno de árboles, maleza y ramas. Sobretodo ramas de árboles. Ramas que daban la sensación de que no pertenecían a aquellos árboles, como si estuvieran puestas allí tapando algo, ocultando alguna cosa grande.

Antisocial ® (3 Colección Trastornos Mentales) #sakura2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora