Capítulo Dieciséis

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Hubo una petrificación masiva tanto de guardias como de presos. Una decisión así iba a provocar numerosos incidentes y las fuerzas del orden del reformatorio no estaban preparadas para muchos movimientos a la vez.

Algunos reclusos se frotaban las manos y ya estaban pensando a quién y qué iban a hacer sin tardar mucho. Otros, los más odiados, pensaban en como iban a defenderse y en donde esconderse.

Tomás andaba despreocupado hacia la biblioteca, le apetecía leer algo antes de volver a su celda a estar encerrado otras numerosas horas. Sabía de sobra que habían dado vía libre a los nazis para acabar con él, pero, de todas formas, no sentía ningún tipo de miedo por ello. Lo que tuviera que pasar acabaría pasando. Con un poco de suerte, una vez abierta la veda, pudiera ser que acabasen con los nazis antes que ellos con él.

-Tomás-

Una mano se posó en su hombro obligándole a pararse justo antes de entrar en la biblioteca. Tomás frenó y giró. Era un guardia.

-Tienes una visita, acude a la sala de cabinas en diez minutos-

Tomás arqueó las cejas.

-¿De quién se trata si puede saberse?- era la primera vez que alguien le visitaba.

-Es tu madre, ¿quieres verla?-

Adela se frotaba las manos mientras esperaba a su hijo

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Adela se frotaba las manos mientras esperaba a su hijo. Conociéndole no sabía muy bien si acudiría o de repente aparecería un policía para decirle que podía irse porque no iba a ir. Se imaginaba la expresión de decepción en los ojos de Tomás al verle, como siempre había demostrado. Los nervios le corrían al galope por las venas y se le entrecortaba la respiración.

Se abrió la puerta enrejada y entró Tomás. Un guardia le quitó las esposas y le dijo que tenía diez minutos. Tomás estaba seguro de que le iban a sobrar nueve. Se sentó en la silla colocada enfrente de su madre de la cual le separaba un cristal. Ella llevaba el auricular de un teléfono en la mano. Con esfuerzo cogió el otro extremo.

-Tomás, hijo mío, ¿Qué tal te encuentras?- preguntó Adela con lágrimas en los ojos.

Tomás tenía la mirada fija en ella y tardaba en contestar. Por supuesto no le preguntó por sus cosas ni por su situación, no le interesaban.

-Bien, aquí dentro se está de puta madre- dijo muy cortante -Mejor que en tu casa-

Adela lloró. Sabía que podía ocurrir puesto que su hijo nunca demostraba sentimientos buenos, pero de pensarlo a escucharlo iba un buen trecho.

-¡Ya estás llorando, como siempre!- decía Tomás enojado -Tienes la vida que mereces,¡tienes el marido que mereces!-

Adela en ese momento era un mar de lágrimas. Era muy difícil no derrumbarse ante el maltrato psicológico que ejercía siempre Tomás sobre ella, sobre todas las personas. Éste se levantó y dando la espalda a su madre tiró el auricular telefónico contra el cristal. El guardia que custodiaba su conversación le increpó y le agarró con fuerza para llevárselo de allí. Mientras lo hacía Adela volvió a dirigirse a él.

Tomás! Antonio ha muerto-

Tomás giró la cara hacia su madre para escuchar esa noticia bien. Habló con el guardia y le pidió continuar la conversación prometiéndole un buen comportamiento. Volvió a coger el auricular y a ponérselo en la oreja.

-¿Qué has dicho?- preguntó para volver a oírlo.

Adela se calmó forzosamente para que no sucediese lo mismo de nuevo.

-Que Antonio ha muerto hijo mío. Lo mató el abuelo cuando se enteró de las cosas que te había hecho durante tanto tiempo. El yayo está pendiente de juicio e ingresará en la cárcel seguramente- Adela sintió un gran peso alejarse de su pecho al ver que Tomás escuchaba con atención sin hacer ningún gesto violento.

Tomás afirmó en silencio varias veces. Movía la cabeza de arriba a bajo sin descanso, conforme lo iba haciendo una sonrisa se dibijaba en sus labios. Se levantó y se acercó al cristal hasta tocarlo con la nariz.

-¡Ole los cojones de mi puto abuelo!-

No es que Adela sintiera alegría por la muerte de su cónyuge, es más, su fallecimiento traía con él el encarcelamiento de su propio padre, pero verle a él, a su hijo mayor, a su Tomasín del alma contento le llenaba un buen trozo de alma.

Tomás se sentó después de la breve explosión de inmensa felicidad y miró a su madre. Se le puso la expresión seria nuevamente. Había algo que llevaba la intención de decirle y, sólo por el conocimiento de esta noticia, no iba a dejar de hacerlo.

-Ahora me explico porque has venido a visitarme. Resulta que, ahora que ha muerto tu "amo", tienes el valor suficiente para no renegar de mi existencia- le escupía cada palabra con resquemor, con lengua viperina, le echaba veneno.

Adela no aguantó más. Esta vez fue ella la que, haciendo caso a su dignidad, dio la espalda a su hijo y abandonó la estancia. Se había dado cuenta de que le faltaba media oreja, pero no tenía la fuerza suficiente para preguntarle por ello, y menos para demostrarle preocupación por él.

Tomás no supo muy bien como reaccionar. Normalmente era él el que se iba y dejaba al otro preguntándose el porqué. Miraba la espalda de su madre alejarse y no pensaba. Estaba en blanco.

Morder andaba preguntando por Tomás a la gente

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Morder andaba preguntando por Tomás a la gente. Quería solucionar su problema ese mismo día, antes de que la directora se pudiese arrepentir de la decisión tomada. Iba abriéndose paso con los codos. Ahora más que nunca debía dar la imagen de invencible. Le seguían muy de cerca sus Arier. Las cabezas rapadas de estos y su expresión de odio causaban pánico a los reclusos con los que se cruzaban. A los cuatro les encantaba provocar ese pavor. ¿Cuatro? Sí. Galen se había unido a ellos ese mismo día.

(La de la foto es Adela)

Antisocial ® (3 Colección Trastornos Mentales) #sakura2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora