Capítulo Cuatro

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-Por suerte el cuchillo no tocó la retina- se explicaba el abuelo que acariciaba el pelo de la abuela, la cual llevaba un parche en el ojo dañado.

La abuela miraba a Cristian dulcemente, ni siquiera se acordaba de la agresión por parte de éste. Su marido le metía un langostino en la boca que previamente había pelado con cuidado.

Qué bien! ¡Qué suerte!- exclamó la siempre optimista Úrsula.

-Sí, mucha suerte pero podía haber acabado en tragedia- dijo Carlos removiendo la ensalada. -¿De dónde se habrá sacado este crío que si le enfadan se merecen sufrir?-

Tomás seguía la conversación con mucha atención, le fascinaba lo que había hecho su primo y se sentía orgulloso de ser su mentor. Sin darse cuenta sonrió.

Antonio dio un puñetazo en la mesa mirando a Tomás.

Pues de quien lo va a sacar!- alargó la mano y le dio un golpe en la nuca a su hijastro -De este cabronazo, ¿No veis como sonríe cuando hablamos de esto?-

-Tengamos la fiesta en paz- protestó Adela que se fijó en como su marido le amenazó con la mirada -Por favor-

-Sí, venga ¡que hoy es Nochebuena!- palmeó Úrsula y acto seguido se puso a cantar un villancico.

Afortunadamente para Tomás nadie tenía ganas de bronca y todos apoyaron el cántico navideño para calmar los ánimos, todos menos Antonio que le desafiaba con una mirada penetrante y Cristian que cogía la mano de su abuela totalmente arrepentido por sus actos.

Afortunadamente para Tomás nadie tenía ganas de bronca y todos apoyaron el cántico navideño para calmar los ánimos, todos menos Antonio que le desafiaba con una mirada penetrante y Cristian que cogía la mano de su abuela totalmente arrepentido por...

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Por la mañana Tomás se levantó temprano, para ser más exactos, no durmió en toda la noche. No esperaba la llegada de Santa Claus con la ilusión que lo haría cualquier otro niño, él no durmió porque estuvo toda la noche pensando en dos cosas, su futuro hermano y la paliza que se iba a llevar por culpa de su primo Cristian.

«¿Qué culpa tengo yo de que ese niñato sea tan estúpido

A Tomás no le molestaba que le hubiese hecho eso a Yolanda, lo que le molestaba era que lo hubiese hecho delante de todo el mundo y, además, hubiese usado sus palabras para justificarse.

«Me la tiene que pagar» pensó y bajó teniendo una meta para ese día y eso implicaba ser extraordinariamente simpático y amable hasta conseguirla.

No había nadie en el salón, tampoco en la cocina, todos dormían. Anoche se acostaron tarde porque alargaron esa horrible fiesta hasta las tantas de la madrugada. «Mejor» Así podía deambular a su antojo y hacer lo que le viniese en gana.

Vio los regalos perfectamente envueltos y etiquetados por personas debajo del árbol de Navidad. Buscó con énfasis los de Cristian. Ahí estaban, eran dos. Empezó a desenvolvernos cuidadosamente para no hacer demasiado ruido con el papel, como odiaba el papel de regalo, se rompía con facilidad pero sonaba mucho al hacerlo. Lo logró. Ante sí tenía los playmobil que tanto deseaba su primo y un montón de cuentos en una torre y ordenados de arriba a abajo y del uno al diez. Cogió los dos paquetes y los sacó al jardín. Después de esconderlos detrás de la gran encina que reinaba sobre el verde césped decidió desenvolver todos los regalos.

«Si yo no tengo Navidad por culpa de mi nuevo hermano, nadie tiene derecho a tenerla»

Miró con felicidad el gran amasijo de papel y objetos que él mismo había creado y de puntillas volvió a su cuarto. Se metió en la cama y esperó con ansia el primer grito matutino.

 Se metió en la cama y esperó con ansia el primer grito matutino

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Qué mierda ha pasado aquí!- gritó Antonio bien fuerte.

Úrsula y Carlos bajaron corriendo las escaleras al escuchar tremendas voces. Adela preparaba los desayunos y hablaba en la cocina con Carmen. También acudieron a la llamada. José estaba bastante sordo y no se enteró de lo que ocurría.

Madre mía! ¿Quién ha podido hacer esto?- Carmen intentaba encontrar una explicación.

Antonio no lo dudó, subió las escaleras de dos en dos y cogió a Tomás por los pelos levantándolo un palmo de la cama, tanto que el mechón que tenía agarrado cedió y se desprendió de su cabeza. Tomás esta vez lloró, cosa que odiaba profundamente. Antonio ahogó su llanto con grandes golpes que acabaron partiéndole un labio y tiñéndole un ojo al color morado intenso.

Los demás adultos subieron al auxilio del niño parando a Antonio y salvándole, seguramente, de una nueva inconsciencia.

Tras mucho conversar y pedir disculpas con promesas de que no volvería a ocurrir, no llevaron a Tomás, de nuevo, al hospital. Tampoco se plantearon denunciar a su padrastro puesto que "era la primera vez que le ponía la mano encima" y le veían muy arrepentido.

Pasaron la mañana y la hora de la comida como buenamente pudieron, con alguna mirada acusadora y algo de tensión en el ambiente. Tomás ya jugaba normalmente en el jardín y Cristian continuaba buscando sus regalos. Habían mirado cada rincón de la casa, hasta habían creído a Tomás cuando le preguntaron por ellos y éste les dijo que no sabía dónde estaban. «Eran muchas horas de hacer sufrir a su primo, realmente no debe de saber nada de los regalos» Los mayores al rato desistieron en su intento de encontrarlos prometiendo al pequeño comprarle otros regalos iguales cuando volvieran a casa.

De esta manera Cristian salió al jardín para estar junto a su primo. Se sentó al lado de él moqueando y sollozando en silencio.

Tomás le miró con asco.

-Odio que lloren a mi lado. Me molesta-

Cristián sorbió sus mocos y se encogió de hombros.

-Perdón- le contestó-

Tomás se volvió hacia él.

-Eres un flojo, una nenaza- escupió al suelo -¿Sabes? Sé donde están tus regalos-

Cristian aplaudió y escuchó atentamente a su primo.

-Sígueme y te los doy- le sugirió al pequeño con una falsa sonrisa que el nene se tragó de inmediato.

Tomás se puso de pie y cogiendo la mano de Cristian le ayudó a levantarse. Con la mano cogida le guió hasta la caseta de las herramientas.

-Ahí es donde el ladrón ha metido tus regalos-

El pequeño le siguió confiando ciegamente en su primo mayor y sintiéndose protegido por ir con él de la mano. Tomás se la agarraba, más que nada, para que no escapara.

Entraron en la caseta y Tomás cerró la puerta tras de sí. Allí en el suelo se encontraban los playmobil de Cristian rodeados de las hojas de sus cuentos arrancadas de su lomo y formando un círculo casi perfecto.

-Te lo dije, ahí están-

Cristian se soltó de su mano corriendo hacia sus juguetes extraviados que un ladrón maligno había decidido cambiar de sitio, no se dio cuenta del fuerte olor que desprendían sus cuentos, olor a gasolina.

Tomás, con un rápido gesto de su muñeca encendió una cerilla que por la mañana, sin nadie vigilándolo, habia sustraído de un cajón de la cocina.

-Me la debías- le dijo mirándole a la cara antes de tirar la cerilla a los papeles.

Antisocial ® (3 Colección Trastornos Mentales) #sakura2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora