Capítulo Ocho

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En el tiempo libre el patio era una especie de recreo del colegio en el que la gran mayoría aprovechaba para hablar en grupos o hacer deporte.

Muchos jugaban a baloncesto o a fútbol y, por supuesto, siempre había alguna jugada dudosa que acababa en tangana entre los equipos. Otros aprovechaban a muscularse con los pocos bancos de pesas que disponía el reformatorio, eso sí, debidamente vigilados por funcionarios que se encargaban de dar las pesas y vigilar que no se usaran para otra cosa que no fuese el culturismo. Algunos se sentaban en los bancos y charlaban de sus cosas, aprovechaban a reír ya que en ese sitio lo que más abundaba no eran las buenas intenciones.

Tomás estaba solo, con las espalda y la planta de un pie apoyadas en la verja. Sentía un resquemor dentro. Un sentimiento de desengaño. Así lo expresaban sus ojos mirando al vacío con un semblante serio. No estaba yendo la cosa como esperaba. No le había nacido de su interior la falsa amabilidad, ni siquiera una sonrisa que fuese la precursora de ella. Nada. Sólo su rabia interior. El odio a la gente emergía de entre sus entrañas y parece que allí, el demostrarla, se pagaba muy caro. No es que le importase recibir golpes o incluso navajazos, pero no ver la manera de poder conseguir sus fines le quemaba. Y luego estaban los estrictos horarios y las normas que había que cumplir. Iba a ser difícil para él adaptarse a eso. No le gustaba que le ordenarán qué tenía que hacer y dónde.

Los Messe andaban ocupados hablando entre ellos en una especie de corro exclusivo en el que, además de ellos tres, dos reclusos más interactuaban. Gesticulaban poco, como para no llamar la atención, y hablaban muy cerca uno del otro. Tomás se fijó bien. Cuando se iban los dos "invitados" a la charla, al minuto llegaban otros dos o había veces que incluso tres. Era como una especie de contrabando de algo en el que parecía que Jasir llevaba la voz cantante.

La curiosidad le picaba. Sabía que no debería acercarse, al menos de momento, por lo ocurrido en el comedor hacía escasas dos horas, pero cuando el gusanillo del "no saber" empezaba a comerle por dentro era bastante difícil, por no decir imposible, que Tomás no lo saciara. Además, si se conseguían cosas él las quería, fuesen lo que fuesen. Así que esperó a que terminaran de atender a los tres jóvenes que tenían el turno, los cuales daban muy mala espina, y al ver un momento en el que no tenían clientes se acercó.

Galen, que andaba vigilando todo el rato cualquier movimiento que le pareciera sospechoso, en seguida se puso alerta. Fue a su encuentro marcando los pasos para acrecentar el miedo que quería dar.

Qué pasa! ¿Dónde vas?- le preguntó enfadado plantándose en medio de Tomás.

Éste con un brazo le apartó como si de un bicho molesto se tratara y continuó andando hasta que llegó a Jasir.

-¿Qué trapicheas?- preguntó Tomás curioso observando las manos y los bolsillos del joven africano.

Vaya huevos tienes!- apaludió Facada interponiéndose en la visión de Tomás -De verdad, no sé como te atreves a acercarte aquí-

Tomás le miró y analizó la situación. Si quería sacar tajada del negocio, lo primero que tenía que hacer es unirse a él, y para eso había que caer bien a los Messe. No sería difícil, al parecer los tenía impresionados.

-He estado pensando- dijo Tomás haciéndose el interesante -Creo que puedo ser útil a vuestra banda-

Jasir y Facada rieron al unísono, Galen volvía hacia el grupo con el enfado todavía en la sangre.

-¿Qué pasa?- preguntó el sueco.

-Cree que puede pertenecer a los Messe- dijo Jasir señalándole con el dedo

Antisocial ® (3 Colección Trastornos Mentales) #sakura2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora