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Hacía más de cinco siglos que no lo veía ni a él ni a su manada. Y aquí estaba, delante de mí, medio desnudo y con su sonrisa tan alta como siempre.

– Te conservas muy bien Jenny. – dijo el abriendo los brazos para abrazarme. Al sentir su piel, nuestros cuerpos se estremecieron, pero no por el contraste de temperatura, sino por los recuerdos. Recuerdos que nunca se han olvidado.

– Lo mismo digo Hugo. – Dije separandome de él. No sabía que decirle. Los recuerdos llegaron y la rabia me consumió. Me aleje de él para irme con mis hermanas pero, sentí algo cálido tocar mi mano y parándome en seco.

Me gire a verle y la sonrisa que tenía antes, ahora había desaparecido. Sus ojos ahora se volvieron negros y brillaban tristes y preocupados y eso hizo sentirme mal pero, no podía olvidar nada de lo ocurrido. – Desapareciste. Desapareciste sin decir nada. – dije ahora mirando también la manada. Me solté de su agarre y me puse otra vez al lado de mis hermanas que seguían con algo de miedo y con cara de confusión.

– Tuve que... – él estaba nervioso, no sabía qué decir. No lo dejé terminar. La rabia aumentaba y sabía que no me iba a poder controlar.

– No quiero explicaciones. El pasado, pasado está. – le di la espalda y me adentre en el bosque para irme y mis hermanas me seguían. Ellos no intentaron nada por tenernos y yo, lo agradecía.

Llegamos cerca de los coches y sin decir nada a nadie, entramos y conducimos hasta casa. Mientras lo hacía, intentaba no pensar en él pero mis hermanas me lo ponían difícil. En algunas ocasiones, desearía no poder tener este don, para así no escuchar lo que dice la gente.

Intentaba pensar en otra cosa, pero todo me hacía pensar en él. El tacto de nuestras manos, de nuestros cuerpos, las sonrisas, las miradas... todo me hacía pensar en él y espero que se largue de aquí pronto. No soportaría tenerlo cerca, no otra vez. Las heridas que di por curadas hace más de cinco siglos volvieron a abrirse. 

Llegamos a casa y mis hermanas se bajaron corriendo para ir detrás mía. Sabía que querían preguntarme, pero no tenía ganas de contestar.

– No voy a responder a ninguna pregunta, ¡A NINGUNA! – dije abriendo la puerta de mi casa y encontrándome a unos padres preocupados detrás de ella. Pasé por delante de ellos sin decir una palabra y me dirigí a mi habitación cerré la puerta con pestillo y me tumbé en mi cama sin saber qué hacer.

Estuve allí tirada un montón de tiempo, hasta que decidí irme a dar una ducha para así, despejar un poco la mente.

Necesitaba olvidar lo ocurrido, olvidarme de él, olvidarme de todo.

(...)

Después de una ducha, me despeje. Me eché algo de maquillaje, aunque después me fuera a dormir para que no se notará nada de mi estrés.

Tenía hambre, así que decidí bajar a la cocina y allí escuché a mis padres y a mis hermanas hablando, y no hablando de cómo le iba el curso, sino de mi.

– Mamá, solo te pido que nos digas quién es. He visto cómo se ha puesto Jennifer y quiero saber qué le ha hecho el perro. – mis hermanas estaban enfadadas, querían saber por qué me había puesto así ante una manada de lobos.

Salí de donde estaba y todos me contemplaron. Me apoyé en la puerta del salón mientras todos seguían mirándome, no apartaban la vista de mí.

– ¿Quieres saber quién es el perrito? – mis hermanas me miraban con atención, mientras mis padres agachaba la cabeza sin saber qué decir. – Ese chucho, fue mi prometido hace más de cinco siglos.

Al decir eso mis hermanas abrieron la boca como una gran o y no se lo podían creer. ¿Una vampira con un lobo? Ellas habían escuchado millones de historias de vampiros y hombres lobos y siempre, siempre acababan igual, La muerte.

Lágrimas de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora