23. Una noche

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Y ahí estaba, bajo los intensos rayos del sol. Experimentando el calor de un verano que llegaba con todo, manteniendo la piel colorada y a la vez acalorada. Dejando al descubierto pequeñas gotas cristalinas en su frente donde se marcaba perfectamente un tatuaje de cruz, aquel que no se encargó de esconder como era su costumbre. Pero ¿qué era una costumbre? Ya nada tenía sentido desde el primer instante en que contempló aquellos ojos, para su tranquilidad azules y mucho más, para su infinito placer, rojos como la sangre ¡brillante! Inefable como el anillo que mantenía en su pálido dedo.

Kuroro se privó de su espectacular vista para dar paso a sus sentidos, experimentado al cien por ciento el cuerpo de Kurapika. Como aquella noche fría en la Ciudad de las Estrellas Fugaces, aquella noche donde dejó de pensar con cordura y se atrevió a rozar sus labios en su más profundo deseo. De desbordar todo su anhelo quizá hasta egoísta por una persona, pero ¿qué dice? Él, era un ángel a sus ojos, un ser divino que le había abierto las puertas a un excitante frenesí.

Así permanecieron.

Ajenos al revuelo del exterior. Kuroro dejó descansar a Kurapika en sus brazos mientras aprovechaba cada segundo para contemplarlo ¿Hace cuánto que no se veían? No era importante aun cuando lo percibía como siglos, una interminable espera.

Entonces varias dudas inundaron su cabeza: el viaje de regreso tal vez fue una excusa perfecta para reflexiones, deliberaciones o respuestas ¿Qué sentía Kurapika por él? No era nadie distraído como para suponer que lo odiaba como al principio, si, tenía sus razones pero como se moría de ganas por averiguarlo.

<<¿Recuerdas nuestra primera promesa?>>

—Eres un embustero— susurró Kuroro, dedicándole una cálida sonrisa. De esas tan encantadoras que solo le salía con algo de torpeza. —Cuando acordamos que me cuidarías hasta llegar a mi hogar, resultó ser al revés ¿lo recuerdas? No pudo ser mucho mejor...

Su memoria evocó escenas anteriores de todo lo que pasaron en un plazo de dos semanas, una aparente eternidad. Las constantes discusiones que solo servían como excusa para conocerlo mejor, cada una de las magníficas expresiones que siempre se presentaban en el momento adecuado, los instantes de debilidad donde dialogaban calmadamente, eso último no se presentaba con frecuencia pero aun así era emocionante poder tener otro método para entender varias cosas.

—Sí, es bueno volver a verte. —Kuroro apretó suavemente el cuerpo inconsciente de Kurapika y acomodó su dorada cabellera en su pecho, quizá solo escuchando el acelerado latir de su corazón pudiera darse cuenta de la sinceridad de sus sentimientos, porque a decir verdad no era un genio como solían llamarle, de ser así ya hubiera encontrado el método adecuado para que Kurapika lo ame. De todas maneras, así era más divertido.

Justo en el momento en que la niña de cabello rosa empezó a recobrar el conocimiento a su lado. Él, desatento de su entorno solo abrió sus labios para expresar con total franqueza la forma natural de sus sentimientos: —Te amo, Kurapika...— declaró, más no fue lo que esperaba. Una gota de sudor se deslizó por todo su rostro, pasando por el rubor de sus mejillas hasta llegar al final de su barbilla que pareció temblar ligeramente.

Amor...

Fue gracioso pensar que era la primera vez que lo decía abiertamente, que extraño y ajeno a su propia personalidad se percibió a sí mismo. Kuroro no evitó sonreír jovial ante su patética declaración, por un momento pensó que el hecho de que Kurapika haya estado inconsciente fue toda una dicha —Amor...— susurró lo más bajo posible con el único fin de asimilarlo. —Amor... amor... si ¡amor!— que hermoso se escuchaba solo cuando lo decía teniéndolo en sus brazos. Risueño, efusivo ¡fascinado! Kuroro Lucifer se prometió que muy pronto liberaría sus anhelados sentimientos, solo que cuando llegue aquel momento lo haría de forma espléndida. Si, por que lo valía totalmente.

PROMESA (KuroKura)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora