29. Perfume

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Dejó descansar su rubia cabellera en la acolchonada almohada, con sus dedos los acomodó de una manera muy simpática. Alrededor de su pálido rostro, descubriendo sus ojos cerrados. Una bella oportunidad para observarlo indefenso, ávido de una protección que solo él podía brindarle.


Kuroro sonrió antes de volver a acariciarle la mejilla.


A sus espaldas, la tarde empezó a caer en la ciudad, evidenciando algunas nubes de color gris. Tragándose todo rastro de un verano caluroso, demostrando el poder de un gélido clima.


Como solía encantarle.


Kuroro Lucifer acomodó a Kurapika en su cama después de haberlo cargado desde la terraza, siendo muy silencioso así como cuidadoso consiguió escabullirse sin ser visto por alguna entrometida criada y qué decir del personal que iba y venía por esos infinitos pasillos. La superflua paciencia de sus movimientos al tomar las mantas y acobijarlo solo podía reflejar las ansias por no alejarse, le encantaba aquellos fugaces momentos de paz.


Advirtió la acompasaba respiración de Kurapika bajo su tacto, le sentó bastante bien pensar que al menos por ahora todo estaba bien, estable. De repente, sintió un anhelo infinito de quedarse allí. Velando el sueño ajeno como no lo hacía desde hace un par de semanas, después de todo, así fue como se enamoró perdidamente.


—Descansa. — susurró como si esperara de la tenue brisa de la habitación tomara sus palabras y las hiciera viajar hasta los oídos de Kurapika.


Se levantó de la cama, esperando no perturbarle el sueño. Kuroro empezó a caminar pausadamente por la habitación, reparando en la mesita que yacía alado de la cama, notó de inmediato como aquel desorden de la noche anterior había desaparecido. Ahora sobre la madera no había nada más que algunos papeles malgastados —intuyó que se trataría de las predicciones de su jefa, más, no le interesó darles un vistazo— un florero lleno de agua fresca y por supuesto, dentro todas las rosas y crisantemos. Qué curioso le resultó verlas todavía brillantes aunque los pétalos de muchas ya se encontraban deprendidas.


Su oscura mirada viajó hasta la ubicación de cada uno de aquellos pétalos muertos, pues eran los únicos que perdieron color, lejos del florero fluorescente. De inmediato perdió interés en continuar un camino desvaído.


Estuvo a punto de partir sino fuera por un encantador detalle, descansando casi escondido entre todas las flores.


Kuroro esbozó una nostálgica expresión cuando lo notó, tan brillante como aquella noche en que lo puso en el dedo de Kurapika. El anillo escarlata.


Sin más, salió de la habitación. Una torpe sonrisa se dibujó en su rostro y aunque pensó que se vería patético no le importó. Sus pasos poco a poco se apresuraron a abandonar el pasillo de los empleados para adentrarse en la sección más lujosa de la mansión, quizá con la idea de estar solo. Tener tiempo para disfrutar toda aquella dicha que se encargó de iluminarle la fría tarde.


Pronto, su obtuso caminar se detuvo en seco al notar como no fue el único en querer adentrarse al salón principal. Allí seguía Light Nostrade junto a su hija, sentados en sillones contemporáneos, fundidos de alguna especie de seria conversación.

PROMESA (KuroKura)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora