XV. La llave

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Las mañanas de estudio en la parroquia se convirtieron en la mejor parte del día para Ángela. Allí se sentía libre de la mirada acechante de doña Eulalia y podía actuar como la hija y nieta de pescadores que era. Porque en la casa del ayuntamiento no se le permitía hablar de su abuelo y mucho menos del desgraciado republicano fugado, como llamaba la doña a su padre. Cuando Ángela los nombraba esta la miraba irritada, con las narices abiertas como cuevas sombrías, diciendo que desde el mismo momento en que puso los pies en esa casa, ella ya no era hija de nadie, y advirtiéndole, sobre todo, que no se le ocurriera nombrarlos delante de las visitas. Con el padre Braulio las cosas eran muy diferentes, ya que este escuchaba con agrado todas las historias que, a menudo, se le venían a la cabeza, aderezadas con acotaciones de Mario, que también estudiaba con ellos. La presencia de Ángela en la parroquia había limado asperezas entre el padre y su pupilo, facilitando el ambiente de estudio. Mario iba mucho más adelantado que ella y, por primera vez, se sintió orgulloso de ese saber adquirido mientras los demás jugaban en la playa. Decía entonces que de mayor sería capitán e iría a Cádiz a conseguir el grado, aunque tuviese que besarle los pies al mismo generalísimo en persona. La niña, en cambio, dividía sus amores y esperanzas entre su desaparecido padre y la ausente Conchita, de la que hablaba muy a menudo. La mañana en que Ángela enseñó al padre las señas de su amiga, con la esperanza de que conociese la calle donde esta residía, como si de alguna manera aquello las acercara, resultando que no era así, él le preguntó si se escribían muy a menudo. Y fue que no: ni se escribían ni se había contemplado la posibilidad de hacerlo. El padre sacó entonces un papel reglado del armario y lo puso delante de la niña.

─Ahora ya puedes escribir a tu amiga.

─¿Y si no la puede leer? Me parece que no sabe...

─Ya se la leerá su hijo. Tú escribe y no te preocupes por eso.

Ángela se inclinó ilusionada sobre la mesa. Cinco minutos más tarde levantaba angustiada la cabeza.

─No sé escribir una carta.

─Sí sabes. Imagínate que estás hablando con ella... ¿sí? pues es lo mismo, pero con letras. Puedes poner primero: Querida Conchita. Y luego: Espero que al recibo de la presente...

Ángela se volvió a inclinar sobre la mesa. A través de una ventana abierta se adivinaba una tranquila quietud matutina: se podría decir que la naturaleza estaba echando la siesta ─ni una hoja se movía─ si no fuese por el constante vagabundear de los insectos que, entrando y saliendo, erraban zumbones, parándose en los sitios más insospechados para trazar sus enigmáticos círculos. La luz recorría la sala en toda su intensidad, cargada de pequeñas motas de polvo que, destellando en las alturas, caían lenta, muy lentamente, hasta apagarse de un soplo sobre la madera y las iluminadas trenzas de la niña. Le llevó media mañana terminar la carta sin un tachón. Decía así:

«Querida Conchita:

Espero que al recibo de la presente estes bien nosotros bien gracias a Dios. Espero tambien que tu nuera este buena y tu hijo contento, y tus nietos y todos esteis contentos como estas tu de contenta siempre. Conchita te escribo esta carta para que sepas que ya no vivo con el abuelo y que el abuelo se nos murió y que ahora vivo en lo del ayuntamiento. El abuelo descansa ahora donde la tapia del cementerio, nosotros vamos todos los jueves y le ponemos flores y conchas y el padre le hizo una cruz de madera y vamos siempre y le rezamos, y a mamá tambien. El padre te envia muchos recuerdos porque se acuerda de ti de la iglesia, yo le hablado mucho de ti. Mario tambien se acuerda de ti, aunque no mucho porque siempre esta mirando las barcas y tu no tienes. La barca del abuelo la comprado un pescador y le puso de nombre Esperanza que es muy bonito y yo llore mucho cuando lo vi pintandola. Pero el padre me ha guardado los dineros que nos dieron, dice que para cuando sea mayor y me quiera casar. Y esto no lo vas a creer asi que mejor te sientas, pues resulta que tengo una prima y yo no lo sabia, y que eramos primas desde siempre y no lo sabiamos ¿tu lo sabias, Conchita?. Te dire que estoy contenta en mi nueva casa, pero echo de menos al abuelo mucho y a ti tambien Conchita mucho. No te apenes por mi porque donde el ayuntamiento me tratan muy bien, y siempre hay pan en la cocina y leche y muchas cosas mas, y el alcalde es bueno conmigo y el padre Braulio tambien. Espero seas muy feliz en Barcelona, y que me quieras siempre como yo te quiero a ti Conchita.

MarinetDonde viven las historias. Descúbrelo ahora