Ángela los siguió con dificultad, por miedo a romper el vestido que estrenaba. Ellos no tenían ese problema, pues llevaban pantalón corto y suéter de punto, por no hablar de sus cómodas zapatillas. El camino terminaba en un estanque artificial de aguas turbias. Allí encontró a ambos niños tirados sobre la hierba, señalando a los peces que nadaban en sus aguas enlodadas, echándoles trozos de buñuelo desmigado y llamándoles por nombres imaginarios. Se sentó con mucho cuidado al lado de Louisa. Esta la miró fastidiada.
─¡Qué repipi! Si quieres ser mi amiga tendrás que ponerte otra cosa. Mi madre quiere que lo seas, porque aquí no tengo a nadie con quién jugar y mi hermano pronto marchará a estudiar fuera, aunque de todas formas nunca quiere jugar conmigo. Cuando vivíamos en Francia sí tenía muchas amigas y siempre llevábamos bermudas y boinas. Cosas chic. Ahora no puedo ir porque hay guerra, no la de aquí, la otra más grande. No me gustan los vestidos. No te lo pongas más.
─A mí sí me gustan ─contestó ella herida en su orgullo. Aunque más adelante logró convencer a la doña de hacerse con unas zapatillas y unos pantalones cortos.
─Qué rematadamente tonta eres, Louisa ─dijo su hermano─. Te mereces quedarte sin una amiga, sola de por vida, como la abuela.
─O como el tío Eduardo. ¿Te gustaría conocerlo, Ángela? Vive en la torre, con sus libros. No en esta, en esta vive la abuela ─señaló el muro que se atisbaba entre matorrales─. Él vive en la otra. Mi padre los puso así porque no se soportan... ¡y eso que son madre e hijo!
Se levantó de un salto y los miró sonriendo. Marcos siguió tirando migas a los peces, ignorándola; Ángela también se hizo la despistada mirando hacia la lejanía. Entonces Louisa le pasó un brazo por la espalda, agachándose a su lado.
─Ya no me importa si llevas vestidos, era broma. ¿Somos amigas? ¿Quieres?
Su hermano hizo una mueca de desprecio con la boca.
─Haced lo que queráis, yo me voy a ver a los perros. El tío Eduardo me aburre.
Y se marchó trotando camino abajo. De esa manera no le quedó más remedio que seguir a Louisa. Por un atajo entre matorrales llegaron hasta el ala opuesta, entrando a la casa por las cocinas y saliendo luego por un corredor que comunicaba con la torre. Ya allí, se detuvieron a coger aliento frente a una estrecha escalera de piedra.
─Una cosa, ¿hablas francés? ─le dijo Louisa con voz entrecortada.
─No...
─¿Nada? ¿Ni bonsoir?
─Nada.
─Vaya, una pena. Al tío Eduardo le gusta recitar en francés.
Ángela se encogió de hombros y puso un pie en la escalera.
─¿Y ruso?
─Tampoco. ─Respondió y subió un peldaño más, con ganas de saber que habría allí arriba.
─Espera, otra cosa. No se te ocurra nombrar a una tal Bovary.
─¿A quién?
─Olvídalo. Una de un libro, vamos.
Subieron innumerables escaleras haciendo pausas para asomarse a las ventanas, donde se divisaba el mar. Ángela no lo había visto nunca a tanta distancia, ni con esa engañosa quietud: no le parecía que aquel fuese su mar, ni el de su abuelo. Se preguntó qué habría pensado él de la familia Soler y su enorme caserío. Intuyó que nada bueno. Subieron unos cuantos tramos más y llegaron a una sala que se abría en arcos de piedra, de suelos desnivelados y paredes desnudas.
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Marinet
Ficção HistóricaAño 1936. La guerra civil ha estallado en España. En un pequeño pueblo de pescadores, cerca de la frontera francesa, nace una niña en medio de una tempestad. Con su padre desaparecido y su madre muerta, Ángela luchará por sobrevivir en una España gr...