─Y digo yo ─le decía la doña a su marido, sentados ambos en la terraza, en una soleada tarde de sábado─, digo yo que algo podrás hacer...
─¡Y que tengo yo que ver con los mandos de la guardia civil! ─le contestaba su marido irritado─. Que no niego que el cabo merezca un traslado a mejor sitio, y un mejor rango, también. Pero vidita, a ver qué pinto yo en todo esto... además, no te entiendo: antes no dabas dos pasos sin consultarle y ahora... ¡casi parece que te estorbe!
Doña Eulalia se reprimió las ganas de gritar y, templando la voz hasta hacerla un susurro, continuó hablando:
─Si algo soy, es, sin duda, una mujer justa: ¡justicia, justicia!, parece gritarme el cuerpo entero. Y el cabo lo merece ¿o no lo merece, Tomás? Porque lo que es a mí, me hierve la sangre viéndolo desperdiciar la juventud en este pueblucho. Bastante ha cumplido ya con nosotros, en este tiempo. Ya es hora de que vuele. Lo que es, es. Y tu deber, como alcalde, es ayudarlo.
Todo esto venía a razón de una disputa que había tenido lugar en la misma sala de estar de la doña, entre ella y el cabo, no hacía ni dos días. En medio de la vorágine de entusiasmo por su retoño, se diría que se había olvidado de Cornejo. El que, meses atrás, había representado para ella el mismo sol, ahora no era más que una molesta sombra que se deslizaba de tanto en tanto por su casa, llena de miradas sombrías y reproches mudos; una fastidiosa presencia, una nube engorrosa que torpedeaba su actual luminoso horizonte. Ese día, aprovechando el encontrarla sola con el bebé, el cabo la abordó cargado de reproches. Le reclamó el papel de padrino sobre el niño, ya que no se podía llegar más lejos, dada su situación de casada. Pidió cierta ascendencia sobre su educación, pasar algún tiempo con él, en un parentesco ficticio de tío adoptivo; siendo tan amigo de la familia no creía él que a nadie le resultase extraño. Le dejó claro que no volverían a verse a solas, que la aborrecía, que lo suyo estaba más que terminado y que quizá algún día lo pagase caro, cuando se le presentara la ocasión; que no creyese que le perdonaba el agravio, que torres más altas habían caído y cosas por el estilo. Quiso romper su paz y lo consiguió. Solo le faltó decir aquello de «ni muerto ni olvido.»
─Tendría que haber arrojado esa llave al mar, el maldito día que me la entregaste ─le dijo tirándosela a los pies─. ¡Como un infierno me pesaba en el bolsillo! ¡Y no doy la campanada por respeto a tu marido, que es un buen hombre y no lo merece! ─terminó gritando, dando nerviosos paseos por la sala.
Ella no se movió de la butaca, y de su boca apenas salió un «¡desgraciado!» o un «¡no serás capaz!» cuando nombró al alcalde. Luego llegó la calma. El cabo se apoyó en la ventana exhausto, como si hubiese corrido diez kilómetros y cuesta arriba, con la frente brillante de sudor. Ella, levantándose al fin y todavía con su hijo en brazos, lo despachó a fuerza de empujones, mirando de reojo hacia la puerta, por si alguna sirvienta había escuchado algo. Él se dejó arrastrar, sin fuerzas, con toda su masa corporal laxa, como de mantequilla, mirando, quizá por última vez, el rostro alegre de su hijo. Esa noche la doña no pegó ojo. Pero no fue en vano, porque al día siguiente ese desvelo obtuvo su recompensa. Pues, mientras estiraba las sábanas de la cuna, una idea vino a aclarar su horizonte como en una magia. Por esa razón, en esa tarde de sábado, en su soleada terraza, sentada junto a su marido, la idea fue tomando forma, haciéndose fuerte; transformándose ─desde las regiones abstractas del raro mundo de las ideas─ en una realidad material.
─¿Y no tenías tú, Tomasito querido, un buen amigo, teniente él, si no me falla la memoria, en Burgos? ─continuó la doña, mientras le acercaba una fuente de pastas de hojaldre recién hechas.
El alcalde saboreó la pasta rellena de crema y se recostó en su hamaca de mimbre.
─Correcto, Juan Manuel Belmonte. Al que debo decirte, vidita, que te veo venir, hace lustros que ni veo ni escribo.
─¡Esas amistades no se pueden descuidar así! ¡Hay que escribirle!
─No enredes, no enredes. ¡Qué necesidad tengo yo ahora de escribirle, después de tanto tiempo, ni de venirle con favores! ¡calla, calla, mujer!
Pero su mujer ya entraba en el interior de la casa, en busca de papel y pluma. El alcalde cabeceó irritado ¡no podía pasar un día tranquilo sin que su mujer no le importunara con algún entuerto! Sin embargo, tomó la pluma cuando ella se la entregó, aunque la dejó suspendida sobre el papel, quejándose de los caprichos de su esposa.
─Parece mentira que no sepas cómo funcionan las cosas en este mundo ─le respondió ella a sus reproches─. La cosa va así, para que te enteres: yo te hago un favor, tú me lo devuelves... yo te tapo, tú me tapas, nosotros nos tapamos... el poder son contactos, Tomás, ¿después de tantos años tengo que seguir explicándotelo? ¡Quién no los tiene está muerto! A ver si no de qué... ¡ay! no me hagas hablar...
─Di, di, ¿de que qué?
─¡Pues de qué íbamos a estar tú y yo aquí, en el ayuntamiento!
─Mujer... algo habremos hecho bien ─le respondió, ya inclinado en la mesa y fechando la carta.
Su esposa no dijo nada. Maravillada como estaba en observar la afilada caligrafía de su esposo expandiéndose en la hoja, ocupando más y más espacio en blanco. De repente este levantó la vista, dejando la pluma sobre la mesa.
─¡Burgos! ─dijo─. ¡Con el frío que hace allí! Estuve una vez de joven y me salieron sabañones hasta en las orejas...
La doña le pidió en un gesto que siguiera escribiendo. Él tomó la pluma y retomó la epístola, rectificando el texto donde, con su esbelto dedo índice, su esposa señalaba. Hasta que el alcalde no firmó y dobló la hoja para meterla en el sobre, la doña no relajó su espalda, apoyándola, ahora sí, en el respaldo de su hamaca, mientras imaginaba al cabo atravesando un alud de nieve, como si aquello fuese Siberia. «Pues que sea ese su destino...» pensó llena de satisfacción, cruzando los brazos bajo el pecho «Que pase, que pase frío...»
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Marinet
Historical FictionAño 1936. La guerra civil ha estallado en España. En un pequeño pueblo de pescadores, cerca de la frontera francesa, nace una niña en medio de una tempestad. Con su padre desaparecido y su madre muerta, Ángela luchará por sobrevivir en una España gr...