Capítulo: 3

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Posteriormente de despedirse de Candy, el área adonde Terence se dirigió no era rico pero tampoco tenía nada de pobre.

La casa –frente a la cual estacionó su coche que se le entregara en el taller– era de una construcción muy antigua de tres niveles y siete habitaciones en el interior de cada piso, mientras que afuera se veía un amplio jardín y un garaje que se había condicionado también para habitación. Él y su madre ocupaban el segundo; y el primero y el tercero se conectaba a ellos por medio de escaleras.

El comedor tenía capacidad para doce personas aunque era pequeña su cocina. Ahí, encontró a la dueña la cual convirtió su hogar en la "Casa de Huéspedes Leonor". Ese era el nombre de su hermosa madre, viuda de un criador de ovejas escocés que emigró a América para convertirse en un cansado pero exitoso agente viajero.

– Hola, madre – Terence saludó; y besó la mejilla de su progenitora quien sonrió, más no le dio la cara por estar preparando lo que sería la cena.

– Hola, hijo. ¿Dónde has estado en todo el día?

– Ayudándole a Bobi y también platicando con la muchachita más linda y encantadoramente mugrosa que jamás hayan visto mis ojos.

Impactada por haberse expresado así de una mujer, Leonor dejó sus actividades para posarse en Terence. Éste se quitaba la camisa para quedarse en una prenda sin mangas, colgar la otra en el perchero y lavarse las manos en el fregadero.

– ¿He oído bien? – la madre de aquel castaño quiso corroboración antes de proseguir con su tarea.

– Sí – respondió el chofer, acercándose a la cocinera para atrapar su mandil y secarse las manos en ello.

– ¿Y dónde la conociste?

– ¡Que se te queman los fideos, mamá!

Leonor reaccionó y volvió a su quehacer, pero mirando de reojo a Terence quien se fue a la alacena para abrirla y buscar algo conforme informaba:

– El viernes. Viajó en mi autobús.

– Y... – una interiormente emocionada madre inquiría: – ¿de verdad es linda?

– ¡Preciosa! – calificó él mordiendo un pedazo de chocolate que se encontró y saborearía.

– Ah, caray. Eso... me parece bien.

– Y ya la he invitado a salir, ¿creerás eso también?

– ¡Oye! Tú no corres... vuelas.

– Es que presiento que no le soy indiferente. Sin embargo...

– ¿Qué?

Terence se movió de su lugar con un gesto que llamó la atención de su madre quien oiría:

– Tú bien sabes que detesto a la gente abusiva; y ella ha llegado a una casa, eso sí impresionantemente rica, donde no creo que sea feliz.

– Y me imagino que conociendo lo bondadoso que eres... quieres ayudarla.

– Sí. Pero en todo el camino he venido pensando y no hallo cómo.

– Me extraña que no le ofrecieras la casa.

– Te equivocas. Sí lo hice.

– ¿Entonces?

– ¿Conoces a alguien que trabaje en la rama hotelera?

– ¿Yo? –, por su casa de huéspedes.

– Te quiero – dijo el guapo hombre, acercándose para dejarle otro beso como agradecimiento a su cooperación, – pero no es aquí donde ella crecerá profesionalmente.

Destino: tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora