Capítulo: 17

378 55 12
                                    

Desde la puerta por donde salía, Candy veía partir el transporte blanco que llevaba destino: Wisconsin. Sonriente porque ya no iría más, ella se dirigió a la avenida para tomar ahí un taxi e irse a casa, llevando consigo la guía que Mike le entregara. Dentro del servicio rentado lo abrió para leerlo un poco y cerciorarse que efectivamente no eran temas tan complicados para ella.

Cerrándolo, Candy enderezó la cabeza para mirar a través de la ventanilla el paisaje que rápidamente iba quedando atrás. En eso sus ojos se fijaron en una pareja que caminaba abrazada por ese lado de la banqueta deteniéndose casi enseguida para darse un beso. Uno que ella extrañaba de él el cual a casa llamaba para pedirle un favor a su mamá.

Leonor no atendía el teléfono por estar abajo en el jardín podando unas ramas espinosas y no ser multada al obstruir el paso de los transeúntes que también pudieran resultar heridos, como ella quien en ese momento se le enterraba una traicionera espina que hubo perforado su grueso guante. De esto, fue liberada una mano para verse la escandalosa sangre que le escurría.

Para evitar infecciones, la Señora Grantham abandonó su actividad para ingresar a casa. Más al ir en busca del botiquín de primeros auxilios, escuchó las últimas palabras que se grababan en una máquina.

Al no ser atendido, Terence hubo dejado el mensaje, recibiendo inmediatamente la llamada de su madre. Ésta se disculpaba por no haber estado al pendiente. Sin nada por disculpar el hijo viajero pedía de nuevo... hielo.

– ¿Te sientes mal? – quisieron saber. Y conocimiento se daría:

– Me está matando el dolor en la cadera.

– ¿A qué hora calculas llegar?

– Ocho y media – de la noche para precisar. – ¿Me lo tendrás listo, por favor?

– En cuanto deje de hablar contigo, me encargaré de eso.

– Gracias, mamá.

– De nada, hijo –. Éste escucharía el – buenas tardes – de Candy quien llegaba a la vivienda en ese instante. Por supuesto a Terence le sorprendió el hecho. Sin embargo no confirmó su presencia, escuchando la novia: – Lo pediré para las siete, ¿está bien?

– Sí, como gustes. Ahora me despido. Sigo manejando y detrás de mí viene una patrulla –, y aunque sus luces no venían encendidas sí lo perseguía, abandonándolo minutos después de haber soltado el celular.

Por su parte, Candy se hubo quedado parada para preguntarle a Leonor:

– ¿Está bien? – él obviamente.

– Sí, sólo quiere que le tenga listo el baño. Así que si me disculpas...

La dueña de la casa de huéspedes, sosteniendo el teléfono, se concentró en buscar en una agenda un número telefónico que pronto sería marcado.

En su conversación, Candy la dejó. Ella también tomaría uno para relajarse y enfocarse en el libro que llevaba. En ello invertiría el resto de la tarde y un poco de la noche, sólo hasta que Terence apareciera para ir a verle. Para oírle llegar, después de haberse bañado y vestido cómodamente, se dirigió a la puerta y la dejó abierta, colocándose ella muy de cerca para también verlo pasar, así como tres humanidades, llevando dos hombres una enorme y pesada barra de hielo que dentro de una tina la harían en pedazos.

Ya finalizada la acción, Leonor quien los había guiado hasta la habitación de arriba, abrió el grifo de color azul; y conforme el agua hacía su parte, los tres volvieron al segundo piso para pagarse y propinarse el servicio.

Destino: tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora