En su asiento, Candy se había preguntado, ¿de dónde rayos había salido toda esa gente que ya había subido al autobús? Eso sí, la mayoría hubieron sido personas de la tercera edad. Lo que significaba para ella que viajarían bajo la tranquilidad de la noche. En cambio para ellos sería la incomodidad en persona para sus reumáticas piernas que de paso se hincharían debido a tantas horas de permanecer sentados pero... sólo así podían trasladarse de un estado a otro, principalmente aquellos que ya "funcionaban" con marcapasos. El tren y el avión, además de su velocidad en ambos, la altura de uno y lo caro que era para algunos, no eran buenos para sus corazones, siendo el autobús la siguiente mejor opción. Así que... asegurándoles a todos proporcionárseles un buen servicio, el camión con destino: Nueva York se puso en marcha.
Interior y exteriormente la joven se sentía emocionada de ir a aquel estado que estaba en el ala Este del Continente Americano. Su difunto padre le había prometido llevarla algún día. Sin embargo con él nunca sucedió y ahora que lo hacía era nada menos que gracias y en compañía de su novio.
Novio –dijo ella para sí–. Qué rápido se había hecho de uno cuando en el colegio hubo rechazado a muchos jovencitos que se lo propusieron. En una parte se debió a las distracciones que esos entretenidos personajes representaban para ella que un buen título quería obtener –y obtuvo por no hacerles caso– al finalizar sus estudios. En la otra, Candy no tenía más amor que para su progenitor. Pero como éste ya había cumplido dos años de haber partido definitivamente y le hubo dejado completamente sola, no negaba que a su corazón sí le urgía contar con el cariño de alguien.
La decisión que tomó de cambiar de residencia tal parecía le estaba resultando bueno, y ni siquiera había llegado a Chicago cuando su ángel de la guarda se lo hubo mandado: un hombre de extraordinarios sentimientos y de regalo extremadamente guapo. Esta última cualidad ya lo había observado en él la primera vez que lo vio; pero en las pocas horas que llevaba conociéndolo era sorprendente su manera de ser. Era como si Terence Grantham hubiese sido creado en un molde especial, imposible de duplicarse. Entonces Candy Wilde, mirándolo manejar en su seriedad habitual, comprendió que debía cuidarlo ahora que lo tenía. Debía atesorarlo profundamente y jamás dejarlo. Y sólo conseguiría mantenerlo consigo siendo como se había comportado hasta ese día: natural y transparente. Nada de falsedades. Nada de inventar lo que en verdad no tenía. Sólo a él el cual se giró a mirarla de repente. Ella le sonrió y con la manta que le dejó Terence, Candy se tapó.
El asiento ya lo había inclinado levemente hacia atrás; y puesta su cabeza en la cómoda almohada cerró los ojos y siguió uniéndose al silencio que había en el interior del autobús.
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De las once de la noche a las cuatro de la mañana, Candy durmió perdidamente. Y pretendía alargar su sueño cuando al moverse, abrió los ojos percatándose que se habían detenido. Alarmada –ya que se veían parados en medio de la nada– la joven se enderezó para ubicar el paradero de Terence. Éste estaba metros más adelante, en el acotamiento y en compañía de un oficial de policía.
Las luces de la patrulla se percibían un poco alejadas. Pero también estaban encendidas las de una ambulancia y una grúa.
¿Qué había pasado mientras dormía? Sólo Terence podía decirle. Entonces Candy vaciló en qué hacer. ¿Bajar para enterarse o aguardar por él?
El pasajero que tenía de compañero también miraba hacia fuera siendo quien dijera:
– Ya viene.
Sí, el operador ya se dirigía a su autobús pero detrás de él venía el agente.
El uniformado subió primero; y saludando, caminaba por todo el pasillo que hubo sido iluminado. Los demás pasajeros, estando despiertos, lo veían y le sonreían; y es que el policía les decía que no se preocuparan ya que sólo estaba revisando que todo estuviera bien.
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Destino: tu corazón
FanfictionESTA HISTORIA, COMO LAS ENCONTRAS EN MI PERFIL, SON DE MI TOTAL AUTORÍA. NO DE DOMINIO PÚBLICO. (Escrita y primera vez publicada Septiembre, 2014) Nadie sabe lo que depara el destino; y el suyo la conducirá a un corazón.