Capítulo: 27

529 55 32
                                    

Las campanadas de un reloj marcaron las cuatro de la mañana. Recostada en el loveseat de la sala de su casa, Leonor en pijamas dormitaba. Terence todavía andaba ausente y la madre sumamente angustiada. Lo que había sucedido en la cena, le urgía saber. Pero dentro de esa urgencia, las peticiones de que todo hubiera salido bien no hubieron cesado. Llamarlo por teléfono para verificarlo, sería delatarse porque... su hijo ya era un hombre, y estarlo vigilando ¿desde cuándo iba con ella? En sí, los nervios y también los celos se le dispararon desde que él comenzó a relacionarse con Candy. Lo de su trabajo, sí, la ponía tensa pero Terence siempre la calmaba al estar en continuo contacto con ella que...

De un cabezazo dado, Leonor abrió los ojos y se llevó la mano al cuello para sobarlo. La última campanada alcanzó a escuchar, lo mismo el salto dado hacia el número uno de la manecilla más larga del reloj.

Sabiendo que a su hijo aguardaba, la desvelada madre se puso de pie y fue hacia la cocina. Un té le caería bien para aminorar su impaciencia. La aurora del sábado pronto comenzaría a iluminar. El tráfico a esa hora ya empezaba a circular en la ciudad. En ella o en alguna parte, un hombre, en el interior de su auto estacionado debajo de un árbol, estaba solo. La persona que se veía ingresar en un hotel, se vigilaba. Ya perdida la humanidad entre aquellas paredes enseguida de cruzada una puerta, el vehículo se puso en marcha. Dormir pedían a gritos unos ojos; y los obedecería en cuanto estuviera en su casa y en su cama. Sin embargo, el lecho no le recibiría sino hasta después de...

= . =

Dominada por el sueño debido al rápido efecto de la infusión preparada e ingerida, Leonor sobre sus brazos apoyados en la mesa, tenía su cabeza y roncaba quedamente. Terence, quien ingresaba por la puerta trasera de la cocina luego de haberse dado acceso por el sótano al dejar el auto en el garaje, al verla y oírla sonrió. Y con gusto hubiera tomado a su madre en sus brazos para llevarla a la cama, sino fuera por el infeliz dolor que aquel leve resbalón en los escalones hacia el departamento de las hermanas Rivers, le ocasionara. Así que impedido, el hijo fue a su progenitora para tocarla ligeramente con sus labios al ponerle un beso en la mejilla.

Su terso roce la despertó, enderezándose Leonor con rapidez y enfocándolo con urgencia, misma que se emplearía en inquirir:

– ¿Qué ha pasado?

– Nada. Sólo que te has quedado dormida sobre la mesa

– ¿Y Candy? – la dormitada cuestionó tan ansiosamente que se sintió tardíamente traicionada por la subconsciencia.

– ¿Por qué me preguntas por ella? –. Levemente Terence hubo fruncido el ceño; y la madre demostraría también astucia:

– Oh – se talló los ojos diciendo: – estaba soñando con ella.

– ¿Ah, sí? – ¿se dudó?

– Sí; pero cuéntame, ¿cómo te fue?

Terry quien tampoco se chupaba el dedo, indagaría:

– ¿Qué haces aquí?

– Te esperaba por supuesto.

– ¿Y desde cuándo lo haces?

– ¡Qué pregunta! – todavía encamorrada, Leonor intentó ponerse de pie, siendo ayudada por Terence el cual de frente, de ella oiría: – Soy tu madre. Eres mi hijo y me preocupas.

– Sin embargo... más me preocupa que por mí te estés desvelando.

– Oh, no. Sólo hoy que no podía dormir.

Destino: tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora