Capítulo: 31(EPÍLOGO)

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Gracias al cielo que el estacionamiento además de amplio, estaba solo y él iba bien sujetado al cinturón de seguridad que si no... bueno, para ser honesto, Terence en los próximos días iba a necesitar un collarín debido a tanto frenazo en el pobre auto que Bobi le facilitara para dar unas particulares clases de conducción.

Habiéndole demostrado dos veces su amor y confrontado su temor, era tiempo de Candy de devolver cuánto lo quería; así que a manejar se propuso. Debido a que tenía un excelente chofer a su lado, él, como lo prometido, era el encargado de enseñarle.

Ya llevaban un par de semanas, – aunque de casados más –, y Candy nomás no terminaba de coordinar cuál era el clutch y cuál el freno. Al decir uno, pisaba el otro o viceversa. Lo malo que al elegirse el acelerador, Terry debía meter rápidamente freno de mano que sino...

– ¡Ay, no puedo! – gritó frustrada por enésima ocasión.

– Claro que sí. Inténtalo otra vez – él sugirió y bajó la palanca.

– Está bien, pero será el último intento, si no cambiamos de lugares y nos vamos. Además, quiero ir a cerciorarme que Giselle ya esté con Miriam. Le toca repostería, y esa criatura tuya –, ya de 8 años de edad, – no me explico de dónde salió tan hiperactiva si tú no lo eras cuando niño. Yo sí, pero no a su nivel.

Dibujando una sonrisa, para tranquilizarla Terence decía:

– Siendo así, me comunico ahora.

Y en lo que él se concentraba en el celular, ella retomó su lección.

Okay, Candy, respira hondo – así lo hizo. – Ahora... el izquierdo es para el clutch, ¿cierto?

Terry dijo sí pero a lo que hablaba a través de un móvil. Entendiéndolo como suyo, Candy lo pisó, sin embargo... ¿ella sabía que izquierdo iba con izquierdo y el derecho con el derecho? ¡No! Porque con el mismo pie izquierdo, luego de soltar clutch, saltó al acelerador y... ¿cómo? ni se lo explicaban pero aunado un giro brusco del volante, el carro, seguido de arrancar veloz, se volteó; mirándose sus llantas girar en lo que en su interior se veía a Candy aferradísima al volante y con los ojos bien abiertos mientras que en su costado derecho yacía él y muerto de la risa. Euforia que le sería imposible aplacar ni aún cuando ella comenzó a llorar debido al susto llevado.

Quienes los vieran no dudaron en ir prestos a darles su ayuda. Para sacarlos de ahí se sugería enderezar el vehículo. No obstante el golpe, por mucho cuidado que se le pusiera, al ponerlo sobre sus cuatro llantas lo lastimarían a él el cual, luego de zafar los tirantes de seguridad, precisamente se aseguraba de que su esposa estuviera bien.

Aunque llorosa, Candy lo afirmaba. Entonces a la cuenta de tres, Terry se disponía a ser sacado para que en segundo lugar lo hiciera ella quien una vez afuera dijera:

– Te olvidas de enseñarme, ¿eh? Nunca más lo intentaré.

– Como gustes – dijo él abrazándola en lo que los demás ahora sí se encargaban del auto.

Apreciada la ayuda y alejados sus salvadores, Terence seguidamente de poner a Candy en su asiento, él se encargaría de llevarlos a Cícero, lugar donde Doug residía y tenía su establecimiento.

En ese estaban el matrimonio panadero, la parejita de menores y tres empleados. Uno de ellos ayudaba a Giselle a sostener la batidora. Pero el gorro blanco en la castaña y rizada cabellera de la nena Grantham, con la vibración de la máquina, iba cubriendo su azul mirada. Para quitárselo y ponerle el suyo que estaba más apretado, corrió Sansón, quien en sí se llamaba Douglas, como su padre, el cual preguntaba:

Destino: tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora