Capítulo: 29

471 80 37
                                    

A días de llegar a ocupar su casa, Tom y los pequeños Art y Allen regresaron de vacaciones. Por supuesto, verla ahí emocionó muchísimo a los tres, habiéndola bombardeado inmediatamente los chiquillos con todas las cosas y las experiencias que nunca antes hubieron vivido juntos como familia. Lógico y rápidamente Candy pasó a formar parte de ella, claro que ya lo era mucho antes de haberle contado a su primo político, lo padecido durante su ausencia.

Las lágrimas de la joven rubia conmovieron profundamente al viudo ingeniero quien se dispuso a consolarla y a darle el cariño y protección que ella necesitaba. También para empezar, con él tendría trabajo; y no precisamente el de cuidar a los gemelos siameses quienes eran sumamente encantadores, inteligentes y muy obedientes, sobretodo con su tía, a la que de momentos llegaron a ver entristecerse, llorar por los rincones y pronunciar un nombre al creer que nadie la oía.

Cuando sí sucedía, ellos, los chiquitos la llenaban de muchos besos y abrazos cargados de amor, convirtiéndose sus sobrinos en la mejor distracción y medicina a sus dolores; convenciéndose también con el transcurso del tiempo de no... no separarlos. Además cada día se les veía creciendo entusiastas y más fuertes, sobresaliendo mayormente el guapo rostro de Art quien, al ser todo el tiempo elogiado por su tía, ésta debía reconocer con velocidad que Allen también. Sin embargo, el chiquito no se ofendía, ya que la habilidad mental de él era superior a la de su hermano el cual siempre se quejaba de no entender a la primera: problemas matemáticos.

Lo bueno que para relajarlos y no estresarlos demasiado, sus clases habían disminuido bastante. Sólo cumplían con las reglamentarias y el resto del día podían hacer lo que más les gustara. El agua principalmente la disfrutaban mucho. Las clases de piano también. Lo mismo que los paseos en poni pero, lo que les resultaba más increíble era manejar un mini-mini cooper de baterías en color blanco, último regalo de su padre.

Montados en ello, todas las tardes salían a pasear. Por supuesto, Candy iba detrás de ellos haciéndolo los primeros días: corriendo, después comenzó a trotar; reduciéndolo a caminar al comenzar a sentir que se cansaba muy rápido, hasta que llegó el día en el cual se dio cuenta de lo que crecía en su vientre.

– ¡¿Un hijo?! – hubo gritado Tom como si no los conociera en cuanto se le compartió la noticia conforme degustaban un rico postre en el comedor después de haber cenado.

– Sí.

– Y... ¿qué piensas hacer?

– Deshacerme de él no puedo.

– No, no, claro que no. Me refiero a...

– ¿Informárselo al padre?

– Sería lo correcto, ¿no?

– Me imagino que sí pero...

– Definitivamente has decidido no volver a verlo – fue la afirmación hecha por Tom al que le pedirían:

– Tú, ¿qué me aconsejarías?

– Aquí... no importa lo que yo diga o te lo diga alguien más. Eres tú quien debe decidir.

– Pues todavía no lo he hecho –, y por su gesto no tenía muchos deseos de hacerlo.

– Siendo así, voy a proponerte que si al nacer tu hijo continúas con nosotros, me permitas darle mi apellido.

– Pero –, Candy se sobresaltó, – ¿qué dirá la gente? – si apenas se había estrenado de viudo el cual decía:

– A la gente nunca la llenas –, y guiñándole un ojo, – ¿qué mas da darle de comer un poco más?

Destino: tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora