Capítulo: 9

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A lo largo de su vida, cada uno y por su lado hubo tenido diferentes puertas. La de la familia, la amistad, el colegio, los sueños, los éxitos. No obstante a la del amor ni siquiera se hubieron atrevido a acercarse por estar sus mentes fijas en otros objetivos que les parecían primordiales. Ahora que la habían abierto, se les invitaba a no detenerse en el umbral sino que se animaran a atravesar su túnel hasta ver lo que había más allá.

Por el momento y conforme iban avanzando en dirección a casa ninguno de los dos hablaba por estar ocupados en sus propios pensamientos, aunque sólo en uno coincidían: en el reciente acontecimiento suscitado. En lo demás no. De Candy se había apoderado el miedo y la preocupación, sentimientos de inquietud que no percibía en Terence, y que al mirarla de vez en cuando y fugazmente, sonreía. Otras veces él alzaba su mano derecha y la ponía en la carita seria de ella quien oía tranquilizadoramente:

– Todo estará bien.

Candy pedía con fervor que así fuera; porque ella todavía tenía mucho qué hacer. Y si la joven, ya mujer de él, no pudo confiar las obvias preguntas que se leían a través de sus ojos...

= . =

El día domingo tenía casi cuatro horas de haber iniciado. Leonor ya se encontraba de pie y en la cocina preparando el desayuno que llevaría a la iglesia.

El silencio imperaba en la vecindad; y por ende el motor de un auto la madre escuchó. Por momentos lo desconoció como el de su hijo; empero, al asomarse a una ventana y distinguir las humanidades de Terence y Candy quienes salían del carro, sonrió de su madrugadora llegada. Sin embargo y minutos más tarde...

– Buenos días – dijo tímidamente la joven inquilina y muy apresurada se dirigió a su habitación. ¡Lógico! Su actitud nerviosa echó de cabeza la recién hazaña de un hijo al que se reprendía:

– ¡¿Siempre te atreviste a tocar a esa muchachita?! –. Segundos parecieron que Terence no entendió la cuestión. Por ende, se decía: – ¡Te estoy hablando!

No es choro, y una oreja se jaló aprovechándose que el guapo hombre se había acercado para saludar a:

– ¡Mamá! – exclamó él quitándose lo que le parecía una tenaza prendada en su lóbulo. – ¡¿Qué quieres que te diga?!

– ¡¿Lo que has hecho?!

– ¡¿Bromeas?! –, sí porque era su madre y, – No pretenderás que te cuente...

– ¡¿La cuidaste por lo menos?!

Al "bromista" le soltaron un manotazo; Terence agarró la mano castigadora y cuestionaba:

– ¿A qué te refieres?

– No te hagas el loco conmigo y responde ¿usaste protección?

Porque no, el acusado culpable, soltándola, decía:

– Ya. Cachetéame de una vez

Leonor no tardó en ejecutarlo agregando el calificativo:

– ¡Eres un irresponsable!

– ¿Por qué? – Terry se sobaba la mejilla.

– ¡¿Por qué?! – la madre repitió sarcásticamente. – Terence, por favor. Por años viví engañada creyendo que eras un chico responsable.

– ¿Y sólo porque no la cuide, todo concepto cambia en mí?

– Hijo, ¿estás consciente de las consecuencias? Candy era señorita; y tú...

Destino: tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora