Capítulo: 12

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Por haber entrado por la portezuela trasera de una camioneta de doble cabina, Natalia tuvo que compartir asiento con Candy. Terry hubo sido copiloto de Poncho al cual por primera vez se le veía un gesto gravemente serio. El guapo chofer, siempre estando al pendiente de los humores de sus amigos le preguntaba al mexicano:

– ¿Es serio? –, el estado del pariente enfermo.

Poncho resopló fuertemente para decir con vil ironía:

– Nada más tiene un plomazo metido en el riñón.

Indignada, Natalia se irguió en su asiento reclamando:

– ¡Tío, creo que no es necesario...!

– ¿Qué? –, el pariente la miraría tras el espejo retrovisor mofándose: – ¿contarlo a nadie cuando todo Rockford ya lo sabe?

Frente a una pesada mirada, la castaña volvió a sumirse en su lugar queriendo saber Terry:

– ¿Qué ha pasado?

Sí, era algo penoso el asunto; sin embargo se confiaría:

– Llevaba tiempo pasando una mala racha. Le urgían los dineros con eso de la casa que se le ocurrió adquirir y ya sabes, no faltó quien le aconsejara cómo resolver fácilmente su problema. Así que estaba haciendo su primera entrega con "Blanquita"–, o sea la señora cocaína, – llegó la policía, se armó la grande y pues tuvo la mala pata de tocarle. Lo peor es que si se salva de ésta, sólo será para irse a la prisión porque se le ocurrió responder a la primera bala disparada y le ha dado a un federal. ¿Te imaginas cuántos años le van a echar? Los de cajón son veinticinco, más el delito... ya estuvo que salga pronto de ahí. A no ser que se apele por su deportación y sea enviado de regreso a nuestra tierra. Lamentablemente yo no puedo hacer mucho por él... tú bien sabes por qué –, los negocios chuecos con los que también trataba.

De eso y lo otro, Terence no dijo nada. Candy mucho menos inclusive ni miraba a Poncho quien ceñudamente se concentraba en manejar. Los ojos claros de la joven estaban en la ventanilla observando hacia afuera las oscuras avenidas por las que transitaban.

Natalia, por su lado, hacía lo mismo sólo que sintiendo una verdadera vergüenza por lo anteriormente compartido frente a una total desconocida que no tenía por qué saber nada de su vida ni de sus problemas mucho menos cuando se trataba de su familia. Una que había emigrado ilegalmente a Los Estados Unidos con los deseos de alcanzar el sueño americano. So, en silencio se llegó a un domicilio. Los llevados se bajaron agradeciendo el aventón y deseando la pronta recuperación del familiar en desgracia.

Candy sinceramente se lo dijo a Natalia; en cambio ésta se comportó un tanto altanera. Y así, pues qué más se le podía decir sino únicamente buenas noches y... allá ella; quien volvería al otro día a su trabajo, ese que más que nunca debía cuidarlo para ayudar a su desconsolada mamá la cual no se cansaba de pedir un milagro por el padre de sus hijos de diferentes años de edad.

= . =

Sin comentar nada al respecto, la pareja se dirigió a la casa. Empero, antes de ingresar a ella, en un rectangular recibidor de un metro de ancho por dos de largo, Terence iba a detener a Candy con la intención de darle un intenso besito de las buenas noches. No obstante no lo consiguió gracias a los inquilinos quienes al verlos entrar, pidieron desde el corredor de afuera no cerrar la puerta.

El hijo de la dueña la sostuvo para dos jóvenes estudiantes de universidad, y que del chofer quisieron saber:

– ¿Verás el partido de esta noche? –, era Lunes de futbol americano.

Destino: tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora