Capítulo 11

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Capítulo 11.

Un chorro de agua helada me recorre desde lo alto de mi cabeza, bajando por mi mejilla y metiéndose por el cuello de mi pijama. No me hace falta ni abrir los ojos.

—¡DAVID ME CAGO EN TODA TU ESTAMPA, GILIPOLLAS!

Había olvidado lo que era convivir con David Martínez. Realmente, en esos dos años había olvidado muchas cosas. Muchísimas. Me incorporo, retirándome el agua que me cae por el rostro con la mano derecha, como puedo.

—Te he visto como con calor y quería refrescarte —Suelta mi hermano apoyado en el marco de la puerta de mi cuarto.

Lo estudio atentamente, frunciendo el ceño. Lleva una camiseta negra de manga corta y un pantalón de pijama a cuadros negros y grises y tiene una sonrisa petulante que no ha perdido en este tiempo. Y creo que quiero matarlo.

—Ven que te refresco de una hostia— Suelto casi sin que se lo espere, saltando de mi cama y corriendo tras él.

Bajamos las escaleras de dos en dos entre risas y chillidos y estoy a punto de pillarle pero consigue meterse a tiempo en la cocina y cerrarme la puerta en toda la cara.

Aporreo la puerta con ganas y escucho a David reírse dentro. Y al final acabo riendo yo también.

—Venga— Cedo— Ábreme y desayunamos. Que tengo hambre.

—Extrañaba estas escenas las mañanas de fin de semana— Comenta mi madre bajando las escaleras.

Lleva su pijama rosa de tela tan suave y el pelo perfectamente peinado a pesar de estar recién levantada. Y me cuesta pensar que la mujer torturada por la muerte de su hija de la que habla David y ella son la misma persona. Pero mi madre es así de elegante, de capaz de disimular, de fuerte. Cosa que Lorena sí había heredado pero yo no.

—¿Queréis que vayamos a desayunar a donde siempre? —Interrumpe en ese momento mi padre, bajando las escaleras por detrás de mi madre.

David me mira muy sorprendido, dándome a entender que eso es algo que no había vuelto a suceder después de la muerte de mi hermana.

—Claro— Sonrío dulcemente a mi padre— He echado de menos los croissants de allí.

—Sí— Me secunda David en seguida, tratando de sonar agradable— Estaría bien.

**

Mi madre parece silenciosa y pensativa y de vez en cuando me echa una mirada que me asusta de lo triste que es pero que pasa a ser dulce y cariñosa al segundo siguiente. Como si mirase a dos personas distintas.

Y sé que eso es exactamente lo que está haciendo: Ver en mí a dos personas distintas. A una que ya nunca va a volver y a una que sorprendentemente ha vuelto y parece dispuesta a tirar hacia delante, hacia donde ellos también tienen que seguir por muy difícil que sea.

—¿Y káiser? —Pregunto en un momento dado de la conversación.

No sé porque lo he preguntado pero he visto que las cosas del perro que Jesús le regaló a mi hermana cuando hicieron dos años siguen en el salón y sin embargo en estos días no ha aparecido.

—Está en casa de Sara, la amiga de tu madre. ¿Sabes? —Me responde mi padre con calma. —Han estado arreglando el jardín y no queríamos desastres tan pronto.

Sonrío un poco.

—¿Podré ir a buscarlo?

—Claro. Mañana o pasado podréis ir a buscarlo David y tú si queréis.

No fue justo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora