Capítulo uno

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✶ MEDALLÓN ✶

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MEDALLÓN 


Dejé que mis ojos vagaran por el pasillo vacío hasta dar con la radiante sonrisa de Thomas, mi mejor amigo desde pañales.

Apareció por la puerta doble, pavoneando su prominente figura hacia mí mientras con una mano se despeinó los cabellos rizados, tratándose de su típico tic. Detuvo su andar en frente de mí, a continuación lo vi entrecerrar los ojos en forma de saludo y posteriormente, con dos dedos en V susurró «paz».

Le sonreí a manera de respuesta.

Ambos arrimamos las espaldas contra los casilleros y nos limitamos observar al resto de alumnos transitar por el pasillo.

—¿Has escuchado hablar de Circus Død?

—Sir... ¿qué cosa? —pregunté sin ganas, simulando no tener menor idea de lo que iba o por qué de repente me había sacado el tema. Aunque en realidad, nunca pensé que Thomas se vería atraído por ese tipo de cosas.

—El circo de la muerte, quiere decir.

Hice una mueca. Efectivamente lo había escuchado alguna vez, pero nunca me vi atraída por viejas leyendas inventadas hasta que escuché la palabra «muerte» en su interpretación.

—¿Por qué tiene ese nombre? —Quise saber. La curiosidad me picó en plena nuca.

Thomas se volteó completamente hacia mí y dejó su hombro descansar sobre el mismo lugar en el que había estado su espalda.

Le vi sonreír con astucia.

—Cuentan la leyenda de un circo que, medio siglo atrás, se lo conocía como Circus Stjerne, o como su traducción en español lo dice: El circo de la Estrella. Se movilizaba en un viejo ferrocarril, de puerto en puerto. El problema empezó cuando llegó aquí, a Port Fallen. Lugar en donde ocurrió el desconocido incidente que terminó por incinerar la carpa con el dueño en su interior. Desde ese entonces, cada que pretendieron realizar una presentación en su ausencia, algún personaje de su elenco, ya fuese un trapecista, malabarista, acróbata, equilibrista... Caían desde lo alto o sufrían terribles accidentes de muerte. De ahí el sobrenombre. Se piensa que el dueño acabó por reclamar su dominio y a todos sus partícipes.

—¿Y?

No podía permitirme creer en ese tipo de cosas, pero debía admitir que para ese momento mi piel ya se había erizado.

—Mira. —Thomas observó en todas direcciones, como si se tratara de un asunto súper secreto, del que no permitiría que nadie más alcanzara a ver o escuchar si quiera.

Del bolsillo de su pantalón sacó una moneda dorada de igual tamaño que la palma. Su apariencia era muy deprimente; tenía una esquina carcomida y parte del material dorado se había oscurecido.

El circo de Ashton #1 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora