Capítulo treinta

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✶ INESTABLE ✶

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INESTABLE ✶


Renzo perdió la mirada en ningún punto en concreto mientras asentía resignado y un rastro de aflicción cruzaba por su cara, dejándome un mal sabor de boca y una extraña punzada en el pecho.

—Milo dijo que querías preguntarme algo —habló, fingiendo haber encontrado una llamativa distracción. Pero era evidente, no había más que la neblina anteponiéndose al horizonte. Y confiaba en que nada estuviera ocultándose detrás de ella, porque parecíamos estar en plena mitad, como tres presas en espera de que algo fuera a saltarnos encima.

Disimuladamente me clavé las uñas en la pierna, embarcada en el pensamiento y la completa seguridad de que el leve dolor a sentir lograría hacerme pensar en otra cosa. No me ablandaría, eso era todo. Habían sucedido tantas cosas que no me aseguraban la estabilidad emocional necesaria, no si de pronto se me ocurría derramar una sola lágrima. Era muy probable que no parase hasta ahogarme en mi propio llanto.

No iba a mostrarme débil, aunque por dentro estuviese varada con un barquito de papel en plena tormenta.

Tomé a Ashton de las mangas y lo jalé con sutileza. Mantuvo los ojos puestos en mí, algo confundido debido a mi reacción. Sin aplicar ningún tipo de resistencia, logré situarlo a mi lado. Estábamos bastante juntos, pero lo cierto es que no me permitía examinar a Renzo por completo, y necesitaba verle, solo por si acaso.

—Mi pregunta quedó clara con lo que vi, pero aprovechando la oportunidad... ¿Por qué encendiste el ferrocarril? —pregunté mientras sorbía por la nariz, y pareció que el mundo le dio vueltas, porque su cara se torció en una mueca de disgusto.

—Cuando llegas a conocer lo que te espera en un futuro, al menos si es bastante malo, crees que la mejor opción sería... eludir.

—Querías escapar.

—No soy exactamente alguien sólido en muchos sentidos, como tú o... Ashton. —Tenía algún tipo de conocimiento sobre él, y debía ser gracias a la bocaza de Milo. Pero como el resto, no sabía en dónde exactamente se encontraba—. Sin embargo no pretendía hacerlo en el sentido literal de la palabra. Más bien, hacía meses atrás que trataba de arreglarlo, encenderlo, es la palabra correcta. Lo que fuera. Pues resulta ser algo cómico y ácido a la vez pensar que la palabra luz se derive a vida. Pero claro, resultó estar más dañado de lo que había imaginado —ironizó.

Negué con la cabeza. Lo que menos quería era darle tantas vueltas al asunto, además, ya me sentía un poco-bastante culpable por haberlo llamado viejo drogadicto en mis pensamientos.

—¿Qué hizo al verlo, a... Giorgio?

—Después del incendio nadie realmente lo vio, era fácil suponer que estaba encerrado en un contenedor.

El circo de Ashton #1 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora