Capítulo diecisiete

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✶ MELODÍA ✶

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MELODÍA ✶


Dejé mis manos quietas mientras deliberaba en sí salir corriendo del baño por culpa de la vergüenza. Pronto sentí la necesidad de querer meterme bajo el agua de la tina.

Tragué en seco.

—No te volteaste, ¿cierto? —lo acusé.

Silencio. Uno tan incómodo que pronunciaba un indiscutible vacío en mi interior. Mis palmas vacilantes sentían la frigidez de su cuerpo que pronto, también terminó por cubrir el dorso. Sus manos apretaron las mías, conteniéndolas firmemente sobre ese mismo lugar.

—Estás temblando —dijo. No sabía si solo era cosa mía, pero escuchaba su voz mucho más profunda de lo normal—. Oh, Zara.

El tirón inundó mi cuerpo bien al fondo de una sensación fresca, inmortal, agradable... pero así mismo, algo triste. Sus brazos se aferraron a mi cintura con sutileza y el gélido aliento que emanó muy cerca de mi oreja me hizo tiritar. Mis manos apenas separaban su cuerpo del mío.

«Así que fue su torso», pensé. Para nada aliviada.

—¿Qué haces? —musité. Mi voz se quebró al final. Su fragancia a canela me comenzó a aturdir.

—Lo siento. No tendría que ser de esta forma, involucrarte... No quiero contarte nada, no quiero que estés a mi lado, no de este modo. Zara, para mí, poder sentir tu calor me hace dichoso. No quiero que vaya a extinguirse. No puedo permitir que algo así suceda.

Me estaba empezando a marear. ¿Por qué todo era tan real y a la vez me parecía ser tan ajeno? No podía comprender por qué de pronto sus palabras me apesadumbraban tanto.

—¿Qué sucede? Siento que escondes muchas cosas. Porque en vez de intentar salir del cuarto o encender la luz, te escondes entre la oscuridad, bajo las sábanas —intervine.

Me sostuvo de los hombros y se inclinó ligeramente hacia atrás. Juré haber visto sus cetrinos a través de la oscuridad, tan inestables como una tabla fingiendo ser puente.

—Es porque me siento desesperado por tratar de aferrarme a una estrella fugaz.

—¿Qué?

—Tú, justo ahora eres esa estrella, Zara. Mi estrella. No puedo darte las espaldas cuando te veo temblar como a un flan.

Caminé hacia atrás. Intentaba no pensar de más, pero era imposible. Mantuvo sus manos estiradas hacia mí y eso lo volvía aún más deprimente.

—Claro, soy como tu cápsula de escape —solté.

—¡No!, Zara...

—No lo entiendo, es evidente que necesitas de mi ayuda ya que el medallón no se queda contigo. Pero no me detallas cómo es que me involucro yo en todo esto. Si mal no recuerdo, esa vez... ¿A qué te referías exactamente con haberme encontrado?

El circo de Ashton #1 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora