Capítulo treinta y dos

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✶ ESPERANZA ✶

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ESPERANZA ✶


Aros no parecía ser la clase de persona en extremos paciente. Abría mucho los ojos de vez en cuando, como tratando de acentuar cada palabra que el dueto no dejaba de entonar. Incluso se movía demasiado.

Lo vi oprimirse los dedos y acto seguido se los pasó por los morenos y lisos cabellos, casi como si quisiera arrancárselos. Pero sobre todo, su sonrisita arrogante no podía faltar.

Nunca pensé en la escasa posibilidad de conocer a alguien con los deseos tan retorcidos, y los suyos se basaban principalmente en traspasar con la misma puerta del ferrocarril —si le era posible— a Milo y Renzo en conjunto. Porque los medallones le respondían a todos, pero el muy ruin no quería eso, los ansiaba para él mismo.

No despegué la vista de Thomas cuando anduvo con sigilo hasta el otro extremo de donde Aros se encontraba.

Con ambos frente al par de esquinas del escenario y nosotros en plena mitad, resultaba amenazante.

—Me aburro de hablar tanto, aunque de cierta forma me alegra que no hayan llegado tan lejos. Mi plan funcionó, y ¡vaya que tomó tiempo! —Su voz sonó tan rancia y pesada como el ambiente que se empezaba a respirar. Movió la cabeza como si todo lo mencionado le hubiera estresado. Su cuello casi podría haber crujido, y por suerte no fue así. —Aunque nunca me esforcé tanto como con este escenario. El medallón que forja esta clase de cimientos, justamente el que ustedes tienen, estaba demasiado lejos hace unos minutos. El punto es que me hubiese gustado que todo fuese... funcional.

Le pegó una patada al soporte del escenario y uno del grupo de reflectores cayó al suelo, desenredando el conjunto de cables y sacudiendo el par de columnas de donde colgaba la cortina. Por un instante creí que cedería, pero a duras penas sí aguantó. No obstante, una vez rozaron el suelo, los cables relampaguearon y acentuaron un camino de fuego. Como haber escondido un grupo de lanzallamas bajo el terreno y a su vez, con estos, encendido un hilo de pólvora. De todas formas, las flamas no duraron mucho más que un par de segundos.

Efectivamente, toda esa materia arenosa de la que estábamos rodeados, podía encenderse. Lo que terminaba por pintarlo todo como el mismo infierno.

Ashton tenía la mano sobre mi hombro. Me asustó entender la razón del por qué no quería asentarse en el suelo. Continuó levitando a mi lado y casi sobre mí. Como una pálida nube aferrada a mi brazo. En espera de cualquier torbellino que nos obligara a salir disparados del lugar.

—Al menos tiene corriente —agrega Aros, arrastrando las palabras—, y yo, otras ideas.

En aquel momento Ashton pareció verse alertado, al igual que yo. No solo por lo que eso podía significar, si no, por una pequeña figura que se arrastró cerca del escenario y ocultó detrás del mismo. Me conmocionó creer que se trataba de un niño muy pequeño, casi como un bebé, un bebé que andaba a brinquitos.

El circo de Ashton #1 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora