Capítulo trece

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✶ AMENAZA ✶

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AMENAZA ✶


No podía creer ni en mis propias palabras. ¿Mi hermano un títere? ¿Cómo?... Se me era difícil razonar, pero lo había visto, tan claro como el agua. Gabe usaba los mismos pantalones que aquel muchacho despojado en la feria, también llevaba el pecho desnudo y caminaba bastante extraño. No había más vuelta de hoja. Ese no era mi hermano.

El espasmo nos duró muy poco. La cerradura de la puerta principal se forzó sin que nadie la tocara, o al menos, no desde adentro.

—Dime que esto es una broma —siseó Thomas—. ¿Un títere? Me están tomando el pelo, ¿verdad?

Se notó su confusión en la forma de erguirse. Pronto estuvo examinando alrededor.

—Ya quisiera yo que fuera tan solo una broma de mal gusto —comenté con la voz quebrada a causa del miedo.

Un ruido atravesó la planta baja, terminando de ponerme los pelos de punta.

—¿No que no había nadie más en casa? —Thomas tiró de mi brazo y bufó. Parecía alertado.

—Estaban fuera. —Volví la mirada hacia la ventana, incrédula, y como lo había supuesto, ya no había nadie.

—Quédate aquí. —Thomas pasó por mi lado y se alejó en dirección a la cocina.

Oscuridad. La odiaba, cada vez más.

«¡Luz, necesito cualquier tipo de luz!», pensé.

Comencé a moverme lo más rápido que pude hasta dar con el comedor. Me acerqué el estante de madera que favorecía con un toque rústico a la casa y rebusqué entre los cajones. Bajo los individuales que mamá usualmente solía servir con invitados, encontré el paquete de velas y tomé un par. Solo me faltaba un encendedor, que no encontraría en otro lugar más que la cocina.

—Zara. —Lo escuché llamarme. Una aguda sensación recorrió por toda mi espina dorsal y dando traspiés avancé hasta la siguiente habitación.

Chisté una vez crucé el umbral.

Thomas yacía de pie al otro extremo, entre la puerta trasera y el horno. Dándole el frente estaba Connor, o mejor dicho, su doble. Que al juzgar su cuerpo por las manchas negruzcas, di por sentado que había ingresado por la chimenea. Pero lo que más llamó mi atención, fue percatarme de que Thomas semejaba ser presa del pánico. Y no lo culpa... Los trastes, condimentos, hasta la fruta que debía haber estado sobre la encimera; levitaban inmóviles, todos en el aire como si hubiesen sido colgados del techo con algún tipo de hilo invisible.

—Zara... ¿Qué demonios está pasando?

No sabía por qué preocuparme primero: si de Connor, quien en ese instante giró su cabeza en círculo hacia mí, justamente como la muchacha del exorcista. O de los cuchillos y objetos filosos en general que jugaban amenazantes en contra de la gravedad.

El circo de Ashton #1 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora