Capítulo quince

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ESTRELLAS ✶


Entre tembleques me acerqué. Apoyé mi mano sobre el hombro de Thomas y asomé a penas la mirada.

—Es una caja —agregó con aburrimiento. Entendí que se había apresurado con socarronería.

Provocó un chasquido con su lengua y se apartó.

Puse los ojos en blanco y me arrimé en el tablero del escritorio. Visualicé la tapa rectangular con tallados sutiles sobre la madera; en cada borde había una flor que al principio me parecieron copos de nieve; se entrelazaban mediante lo que pudo ser finas cuerdas hacia un centro en el cuál, una estrella yacía grabada con meticulosidad.

—Zara. —Me volví perturbada hacia el llamado de Thomas y la aterrada sorpresa que orbitaba a su alrededor.

Miraba al suelo.

Vi la cinta de tela —la que mantuvo el regalo cerrado todo el tiempo—, retorcerse por sí sola sobre los tablones. Comenzó serpenteando hasta formar un círculo. La punta se separó de pronto, elevándose sobre el suelo, estirando el espiral como una carretera sin fin, directo hacia el techo.

Pronto se detuvo y con un leve resoplido estalló. Retrocedí hasta golpearme contra el escritorio, y atisbé los pequeños pedazos en los que se había convertido el material —con similar apariencia a la del confeti—, esparciéndose con sutileza dentro de mi habitación y consumiéndose segundos antes de llegar al suelo.

El grito que estaba aguantando salió al exterior cuando sentí algo rozarme la espalda. Me volví de un salto y retrocedí hasta encontrarme con Thomas.

Ambos observamos estupefactos el envoltorio. Los pétalos llevados por la brisa —que al final nunca hubo—, se deslizaron debajo de la caja y esparcieron sobre el escritorio. Cada uno de ellos comenzó a doblarse como origami, por sí solos: uno rojo, uno blanco y así sucesivamente hasta armarse como estrellas que al final alzaron vuelo sobre nuestras cabezas, obligándonos a cambiar de sitio.

Me refugié en una esquina de mi pieza y desplacé la mirada por todo el cuarto hasta la de Thomas. Los dos nos miramos con perplejidad y él se burló primero; las estrellas danzaban alrededor de nuestras cabezas como en las caricaturas, cuando algún personaje sufría un golpe realmente fuerte. Segundos después se consumieron entre cenizas que, de igual manera, desaparecieron, sin dejar prueba de que en algún momento pudieron existir.

Todo volvió a su calma normal.

—¡Guau! —Expuso con admiración mientras continuó sonriendo de oreja a oreja, luego lo advertí examinándome— El medallón...

Debajo de mis prendas parpadeaba contento hasta que volvió a apagarse por completo, como una linterna al quedarse sin baterías. Era su magia, y aquel regalo proveniente del circo tal vez era normal que funcionara así.

—Si esto solo es un obsequio... ¡Justo ahora me entraron las ganas de querer asistir a ese circo! —agregó con entusiasmo.

Pues sí, era fascinante, al menos si uno esperaba que la envoltura diera tal espectáculo poco antes de desaparecer.

Respiré con fuerza, sin saber qué decir. Estaba asombrada y aterrada en una forma maravillosa.

De nuevo concentré mi atención en la caja, justo en su cara frontal, en donde una pequeña parte era de vidrio traslúcido. Logré ver que los engranajes en su interior hicieron un intento por moverse.

—¡Sí es una bomba! —chillé alarmada.

Después de otro intento, la tapa se abrió con brusquedad y ambos nos lanzamos al suelo protegiendo nuestras cabezas. Tras esperar varios segundos, nada realmente pareció suceder, tan solo seguí escuchando cómo los engranajes se esforzaban por empezar a trabajar.

El circo de Ashton #1 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora