Capítulo ocho

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✶ ESPECTÁCULO ✶

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✶ ESPECTÁCULO 


Mis hermanos empezaron a caminar y yo, sumida en mis propios pensamientos, tan solo los seguí.

—Circo de los sueños —resopló con desgano—. Como que ya estamos grandecitos para las payasadas, ¿o no?

Miré a Gabe sin poder creerme lo que había terminado de decir.

—¿Un circo?, ¿en verdad? Ya se le chiflaron unas cuantas piezas al viejo —comentó Connor.

Y tenían algo de razón.

Me veía atormentada por el hecho de que mi padre de pronto estuviese haciendo esto por nosotros. No podía simplemente negarme o buscar manera alguna de escapar. Además, había anulado su cita con el electricista por esto.

La idea de querer pasar tiempo juntos, era demasiado obvia. Pero había otras mil y un formas, entonces... ¿Por qué justamente tenía que ser un circo?

—¡Entremos ahí! —La excitación de Gabe de pronto me sobresaltó.

Hice una mueca cuando vi al sujeto con la bata salpicada de sangre dando la bienvenida a: "El féretro". A simple vista se divisaba el porqué del nombre. El umbral de la puerta por donde se ingresaba al puesto del miedo, era un féretro con una cruz invertida en pleno centro. Si me lo decían, claro que daba muy mal fario. Y los gritos aterrados tampoco ayudaron con mis inexistentes ganas de entrar al lugar.

—Eso se escucha bien. —Connor me dio una palmadita en la espalda, animándome.

Cuando volví la mirada hacia el lugar, Gabe ya estaba pagando por entrar.

—Prefiero quedarme fuera de esto —dije. Me hice a un lado y Connor se encogió de hombros.

Aliviada por que no hubiese tratado con el persuasivo de Gabe, me alejé de la zona antes de que se les ocurriera meterme arrastrando.

Pese a que oscurecía, era capaz de sentirme a salvo en medio de tanta gente.

Anduve entre la multitud y curioseé rápidamente entre los tantos puestos que llamaban mi atención. Todos ellos eran solo juegos desafiantes, nada de atracciones; algunos de disparos, otros de pesca, hasta había uno de arrojar canicas de vidrio dentro de aros pequeños que colgaban de una columna. Extraño e interesante.

Solo perduré más de lo estipulado en una carpa verde rasgada con varias repisas en pleno centro. Los objetos sobre ellas me dejaron estupefacta. Tampoco había gente esperando el turno como en las demás, nadie en realidad. Era fácil entender el por qué.

Los premios no eran muñecos, dulces, ni mucho menos cualquier otra clase de juguetes de plástico. En realidad, eran medallones, de todo tipo, especie y color.

El circo de Ashton #1 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora