Capítulo 2

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Miraba a través de la ventana como los árboles y campos verdes pasaban rápidamente a medida que avanzábamos. Le di una ojeada a la página del libro que sostenía sobre mis piernas y lo cerré, dejándolo a un lado mientras recostaba mi cabeza en el vidrio.

Papá me miró por el retrovisor.

—¿Ya lo has leído? —preguntó al ver lo que hacía con el libro. Asentí—. ¿Cuántas veces?

—Cinco.

Él abrió los párpados con sorpresa volviendo la vista hacia la carretera.

—He visto que has traído nuevos, ¿por qué no los lees?

No lo sé.

—Quiero disfrutar del paisaje antes de llegar.

Papá no dijo nada más y siguió conduciendo. Él había comprado un auto hace unos diez meses luego de ser ascendido de puesto en su trabajo meses antes. Sí, papá y yo habíamos estado económicamente mejor desde su merecido ascenso hasta llegar al punto de comprar un auto y una nueva casa. Recuerdo el día que me dió esa noticia. Mi felicidad era inmensa, él llevaba años trabajando en esa empresa y sus jefes siempre fueron unos completos imbéciles con él y con el resto de los empleados, estaba tan contenta de que finalmente habían tomado en cuenta su esfuerzo y dedicación.

Recuerdo que hasta la madre de Thomas, Adelie, se había dado cuenta de eso y nos invitó a papá y a mí a su casa para cenar. Una cena que terminó con Thomas besándome enloquecedoramente sobre el lavabo del baño de invitados. Suspiré al recordar sus labios en mi piel sin darme cuenta de que ya habíamos llegado.

—¡Llegaron!

Un día después de que Thomas partió a Inglaterra, papá y yo nos fuimos a Tennessee a pasar el día de acción de gracias con mis tíos. Max se había ido en la parte de atrás y aullaba con desesperación para salir. Reí al escucharlo y le abrí la puerta para que saliera. Papá y yo sacamos nuestras cosas con un poco de ayuda por parte de mi tía Jane.

—¡Me alegró tanto saber que venían para acá! —exclamó ella con emoción y besó mi frente con firmeza.

—No puedo creer que también trajeran a Max —mi tío se apareció del otro lado del auto con un rastrillo en la mano. Lo soltó de inmediato para ayudarnos.

Max era mi perro y regalo de Thomas en nuestra primera navidad, ¿cómo dejarlo en Los Ángeles cuando bien podía cuidarlo allí también?

—¿Por cuanto tiempo van a quedarse?

—No por mucho, Jane. Isabela vuelve a la universidad el martes así que estaremos yéndonos mañana mismo a Los Ángeles —respondió papá cargando las mochilas.

Yo lo miré de reojo y me colgué la mochila en mi hombro terminando de bajar lo demás para cerrar la puerta.

—Oh, no importa. De todas maneras me agrada tenerlos aquí aunque sea por poco tiempo.

Mi tío Johnny, Jane y papá caminaban hacia la casa con las cosas en mano y hablaban animadamente de la cena de esa noche. Yo iba delante de ellos con la mirada prácticamente estancada en el césped bajo mi calzado, solo escuchándolos hablar pero no queriendo hacerlo en absoluto. Esperaba que no me metieran en su plática con alguna pregunta sobre mi vida pues mi mente estaba perdida, todos mis pensamientos lo estaban, me era imposible disfrutar de la frescura del campo cuando lo único que había en mi mente era el pensamiento de Thomas y su condenado viaje.

«¿Cómo habrá llegado? ¿Cómo estará ahora? ¿Qué es lo que estará haciendo específicamente allá? ¿Me extrañará?» Esas eran algunas de las preguntas que me venía haciendo desde que se fue... Y por más que quisiera, sabía que no obtendría respuestas a menos que yo misma las buscara de una buena vez.

Recuerda no olvidarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora