06 | Maldita confusión

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Recuerdo 06: Maldita confusión

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ISABELA

Las noches en un hospital eran tenebrosas.

Tengo tan claro en mi memoria que solía temerle a estar sola en un lugar, o simplemente quedarme sola. Aún tengo ese miedo, pero antes era peor. Papá siempre había sido el que me cobijaba por las noches, me contaba cuentos de extraterrestres y aventuras, me llevaba a la escuela y se preocupaba por que aprendiera sobre el hábito de la responsabilidad. Cuando mamá nos dejó, se llevó todas mis ilusiones, todas las cosas que había planeado y querido hacer con ella en mi inmadura cabeza. Lloré por días, semanas, incluso meses porque aún la extrañaba. Papá también la extrañaba, y sabía que él no lloraba enfrente de mí por temor a demostrar debilidad ante su pequeña hija cuando yo también me estaba muriendo por dentro.

La mujer que decía ser mi madre se fue sin decir una sola palabra. Se fue, no hubo rastro de ella por ninguna parte. ¿Se enamoró de otro hombre? ¿Habrá tenido hijos con él y se habrá olvidado de mí? ¿Se habrá olvidado que tenía una hija con Edward Argent a la cual dejó con el corazón roto? ¿Acaso ella tiene corazón? ¿Cómo puede vivir sabiendo que la extrañé por muchos años?

Estaba resentida con mi madre. No quería verla, ni hablarle. Si tuviese la oportunidad de hablar con ella una sola vez, no lo haría. Probablemente le echaría en cara el hecho de que hemos estado bien sin su ayuda y que podía irse al demonio si quería. Y si no, entonces yo misma iba a enviarla. Eso era lo que ella provocaba con tan solo recordarla: odio, pensamientos furiosos y ganas de encontrarmela solo para escupir su rostro.

Mi papá era mi héroe, el amor de mi vida. Así como él sabía que yo no iba a dejarlo jamás, yo sabía que él tampoco iba a dejarme. Si no fuera por él, mi vida hubiera sido un completo desastre. Cuando estuvo en el hospital esa noche no me pude dar el lujo de irme a casa y descansar. Cualquier cosa yo debía de estar ahí para él.

La noche en el hospital había sido cansada, tuve que dormir en los sofás de la sala de espera porque los doctores siguieron con los estudios y tenía prohibido ver a mi papá hasta que acabaran. Mi mejilla estaba apoyada sobre el sofá y una sábana blanca cubría mi cuerpo. El olor a cloro se filtraba por mis narices haciéndome sentir mareada.

Para ser honesta, a pesar de que el olor era molesto y casi insoportable, eso no fue lo que me despertó, sino una voz grave y rasposa a unos centímetros de mí. Abrí los párpados de a poco, y escuché atentamente.

—Iré a visitarlos pronto — el alivio recorrió mis venas al escuchar la voz de Thomas. —. ¿En la tarde? Mamá, no puedo, tengo que hacer la práctica pendiente. Ajá. ¿Qué? ¡No! No... no he reprobado. Seguro, te lo contaré cuando te vea. Sí, okay. Descansa. También te quiero — finalizó su llamada.

Quise volver a cerrar mis ojos para que no pensara que estuve escuchando toda su conversación pero Thomas volteó en mi dirección y me miró con un rostro somnoliento.

Su cabeza se encontraba apoyada hacia atrás en el poco espacio que había en el sofá en el que estaba acostada. Sus cabellos revueltos apuntaban en varias direcciones y nuestros rostros estaban a corta distancia, podía ver los lunares de su cara a la perfección. Mentiría si digo que no me deleité con la belleza de sus rasgos.

—¿Te he despertado? — supe que acababa de despertar por lo sexy que su voz se oía así.

—No.

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