"CAPÍTULO 6"

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Ningún sonido ni quejido logró derrumbarme ni aturdirme, podía sentir algo de calma en el ambiente, pero...eso no alejaba el mal olor de algo putrefacto.

— No tenías que hacerlo —mencionó negativamente un chico alto de ojos color cielo.

— Tú también lo hubieras hecho de todas maneras —le contradije seriamente.

— Al menos, hubiese durado menos.

— Ja, eso es puro engaño.

No seguimos hablando, hasta pasado un tiempo y decidimos preguntar algo crucial que no lo había puesto a pensar en un momento de tal magnitud.

— ¿Qué haremos con él?

No obtuve respuesta.

— No te quedes en silencio y ayúdame —reclamé enojadamente, fijando mis ojos en su figura.

— Ash...que pesada que te vuelves después de asesinar —refunfuñó—, vas a estar en grandes problemas, después de esto.

— No te preocupes, ya tengo una cuartada —dije confiada.

— Me alegro por ti, ahora...—mencionó mirando al cadáver— ¿podrías darle vuelta? Es asqueroso verle la cara después de su muerte —dijo mientras hacía un gesto molesto.

— Sí, sí, lo que digas —respondí de forma complaciente—, nunca te ha gustado ver a tus víctimas directo a la cara...que sensible —lo último lo mencioné por medio de un susurro.

Al final de la hora, no entramos a clases, acabado el trabajo de homicidio cometido por mi persona, me fue imposible mostrar mi cara frente a todos esos niños. Todo era mucho más fácil si entendías la culpa, pero en los ojos de unos niños que apenas habían visto a su perrito morir atropellado. No sería una experiencia grata.

Le traté de convencer al chico de cabello rojo de que se fuera a clases sin mí, ya que dado el trato que tuvimos en la mañana, nos podríamos meter en más problemas.

Sin embargo, este último se negó rotundamente hasta hacer que mi paciencia se calmara, y le aplicara la ley de hielo por media hora.

Acabados los treinta minutos, Gabriel se detuvo al lado mío y cogiendo mi hombro derecho, alcanzó a decirme:

— ¿Tú fuiste así siempre?

Su voz cayó al fondo del abismo, mis pensamientos se nublaron y no podía oír nada más que el eco de sus palabras.

Tomé una gran bocanada de oxígeno y lo solté lentamente por mis labios pequeños y temblorosos del temor.

Me miró desconcertado el chico, con esos tan escandalosos ojos azules que me irritaban hasta la más pequeña neurona. Para seguidamente, pasar su lengua por sus labios y tornar su mirada mucho más juguetona y cálida.

— No necesitas decírmelo, solo estaba... —jugó con sus pies un segundo—...ya sabes, molestándote —terminó de hablar con una risa nerviosa.

Mis ojos se salían de sus órbitas, todo se movía, el suelo, el aire, todo se veía borroso. Escuché que mi brazo tocó algo frío y seco, mientras una voz masculina, aclamaba mi nombre de forma desesperada.

Maldición.


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