Mafiosa

"CAPÍTULO 14"

Y así fue como conforme pasaba el tiempo, me iba dando cuenta (al igual que el Jefe), que Ted no solo era bueno en la implementación de armas de fuego, también de largo y corto alcance.

Exactamente unos tres meses y medio después de nuestra primera y única charla "amistosa", dispuse una pequeña reunión. Casi como un reencuentro, pero menos emotivo.

— Ted, me alegra verte —sonreí de manera placentera, en tanto me sentaba en una mesa diminuta.

Aunque exacta para mí.

— Pues que bien que me extrañases, porque no pienso servirte nuevamente —gruño el adulto en cuestión.

Yo no perdía mi calma aún, me relajé y solo suspiré en son de paz.

— Veo que el "entrenamiento" te ha cambiado.

— ¿Te parece?

Sigue igual de rebelde. Respondí a mis pensamientos.

— Para nada. Sigues igual que a última vez que te vi, pero...—me detuve para mirarlo más de cerca, casi entrecerrando los ojos—...dime ¿en qué cuadrado vas ahora? ¿Tres, cuatro talvez ocho?

— Ya los terminé...ayer —habló a regañadientes.

Los cuadrados eran como niveles de un videojuego, cuan más alto estés. Más alto es la posibilidad que te vallas de ahí. La mayoría de "cachorros" terminan en seis o siete meses.

Pero me sorprendió con aquella noticia.

Casi juraría que escuché maldecir a alguien que no era yo por debajo, pero en vez de enojarme, me alegré y sonreí.

— Felicidades Ted. Sabía que podrías lograrlo. Aunque...debiste trabajar arduamente pues...eso no es fácil ¿o sí?

— ¡¿Y tú qué sabes?! —Refutó levantándose de un golpe arrojando mi taza de café recién servida— ¡Apuesto que mientras yo moría de hambre, tu jugabas en tu casita!

Mis puños se empezaron a calentar, no había una sola y única razón que encontrase en lo profundo de mi cerebro para evitar no golpearlo justo en la quijada.

— Te equivocas Ted —canté como una niña pequeña, mientras encargaba otro café a la mesera más cercana.

Pero me detuve antes de tiempo, para mostrarle lo que tenía en mente.

— Te comprendo. Sientes asco por este mundo, sientes que no puedes más con toda la maldad. Pero aun así...—tragué saliva, mirándole a los ojos—...te obligaron a hacerlo...¿verdad Ted?

Él sabía de lo que hablaba. Solo él y nadie más a nuestro alrededor.