"CAPÍTULO 12"

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Cuando mis pies tocaron el alfombrado de la primera planta del edificio, casi podía asegurar que se veía como el miedo y la angustia intentaban escapar de esas cuatro paredes arrastrándose, como sabandijas.

Mi olfato tenía una mala vibra del sujeto que se hallaba sentado en el sofá de cuero negro, mirando por la ventana como si esperase que alguien lo viese para intentar huir.

Ese acto tan patético y poco usual, me hizo reír en lo más profundo de mi alma, por lo que me vi a mi misma sonriendo inconscientemente.

Si podía verlo bien de espaldas, podría calcular que tenía unos dieciocho años ya que su espalda era algo débil y enclenque en su musculatura; pero no me preocupaba pues eso se podía arreglar con el trabajo.

Me acerqué sigilosamente enfrente de él y con una mirada serena y seria, decidí actuar como se me fue asignado.

— Buenas noches, Señor. Veo que le ha gustado nuestra nueva remodelación en las ventanas ¿verdad?

— B-buenas no-noches —respondió tambaleante y débil el joven, observándome detenidamente—...disculpe pero...—tragó saliva nerviosamente—...pedí ver al Jefe de mi área...si no es mucha molestia...

Sus ojos se veían apagados y con una extraña luz vacía y opaca, como si solo quisiese una manera de liberarse de este mundo, a cualquier precio.

Me dio un extraño sentimiento de compatibilidad.

Fruncí el ceño y le arranqué el alma con la mirada penetrante que le di, cuando aún estaba perplejo con todo el asunto recién visto.

— Para tu mala suerte...ya causaste un problema E-NOR-ME, por ende debes acatar las reglas. Sin embargo...—dije peligrosamente—...me he dado cuenta que tú eres diferente, así que ahora te doy este consejo: Lárgate y nunca vuelvas ¿Me oíste?

Su insólita boca, decayó instantáneamente al terminar de hablar mientras que sus ojos se apagaron completamente, mirando al vacío.

— ¡¿Qué acaso no me oís——

No pude terminar de gritarle, pues de un momento a otro, me hallaba contra el suelo de espaldas siendo amenazada con una navaja suiza a la altura de mi cuello, entre tanto un brazo no me dejaba escapar.

No me inmuté para nada, después de todo era algo para lo que ya había sido preparada y lo veía venir; hasta podría asegurar que era algo prescindible pues si no demostraba tener habilidades, no sabría el motivo del Jefe.

— ¿Qué es lo que intentas hacer? —inquirí de forma sarcástica.

— Ma-matarte —murmulló algo nervioso el chico.

Vi como sus cabellos estaban empapados por sudor, así que decidí darle una lección que nunca olvidaría y aprendería para siempre. Lo golpeé en la cara, le arrebaté el arma de sus manos y lo dejé tumbado en la alfombra.

Su mirada era una que no entendía para nada, pero convulsionaba constantemente en un intento por comprender el orden de la situación.

— Deberías escuchar cuando alguien te hace una pregunta —hablé enojada.

— ¿Pero? ¿Tú? ¿Cómo? Si yo...hace un momento...

Estaba pronunciando palabras al azar para aclarar sus ideas.

Lancé un suspiro cansado, mientras lo dejaba en libertad y le daba una mano como soporte para ayudarlo a levantarse.

Una vez estuvimos frente a frente, le dije:

— Dime tu nombre, y si te rehúsas tendré que sacarte del edificio.

— Bi-bien. Yo---

— Y por favor deja de balbucear, es irritante y te harán puré allá dentro si te oyen así —mencioné una puerta detrás nuestro con molestia.

El contrario solo asintió.

— Soy Ted Solovióv. Tengo 18 años y he intentado suicidarme siete veces, hasta que una persona de buen corazón me salvó.

No puedo negar que en cuanto mencionó eso último, sus ojos tomaron cierto brillo desconocido como si se hablase del mismísimo Dios.

Lo cual me molestó sin razón alguna.

— Bien, ahora...Ted, ¿podrías decirme quién es esa agradable persona que te salvó? —De hecho creí que ya lo sabría —habló casi en un susurro.

— Pues lamento no saberlo —respondí secamente.

La mirada que me regaló mi aprendiz, no fue precisamente una de agradecimiento ni de caridad. Fue mucho peor.

— No importa, después de todo —continuó cansado—, no es como si tú lo conocieses —terminó haciendo un además con los hombros con desinterés.

Eres un imbécil. Respondí en mi cabeza.

— Como sea, si de veras quieres ingresar a mi grupo, no te voy a detener ni te diré que es lo que debes hacer. Solo...toma en cuenta tu propia vida.

No podía calcular si ahora su mirada era de tristeza o agradecimiento, pero sinceramente era una muy penetrante.


*++*LAMENTO LAS TARDANZAS*++*

U.U

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