Parte 29 - Que lloro

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Abrí los ojos y miré hacia el techo blanco. Quité el cartón de pizza que tenía sobre la cama y lo tiré al suelo. Suspiré con fuerza. Llevaba dos días sin salir de casa desde que Héctor me dejó en la puerta con las maletas. No sabía qué hacer. El móvil seguía apagado sobre la mesita de noche. No había tenido fuerzas para encenderlo. No quería saber qué era lo que me encontraría. Sabía que lo que más habría serían Whatsapps. No tenía ganas de leer los mensajes. Pero lo peor serían las redes sociales. Sabía que en cuanto lo encendiera estaría tentada de mirarlas para saber qué se estaba diciendo sobre mí. Volví a cerrar los ojos. Necesitaba moverme. Necesitaba no pensar en nada. Pero tampoco tenía ganas de nada. Me sentía sin fuerzas. El cuerpo parecía que me pesaba toneladas. Di media vuelta, quedando tumbada sobre mi costado izquierdo y solté aire por la nariz. En mi cabeza no paraban de sucederse las mismas preguntas. ¿Cómo estarían los chicos? ¿Qué estarían haciendo? ¿Habría llegado ya Sara al hotel? ¿Se habrían ido ya a la siguiente ciudad? No podía dejar de pensar en Christopher. Las sensaciones de la última noche hacían que se me erizara la piel. Una sonrisa tonta se instaló en mi rostro al recordar sus besos, sus caricias, sus palabras, su sonrisa. Volví a ponerme bocarriba, colocando el dorso de mi mano sobre la frente. ¿Qué se suponía que debía hacer después de todo lo que ya había vivido? No podía quedarme allí encerrada para siempre. No podía volver a la editorial, Enrique me había dado vacaciones sin quererlas; pero sabía que si volvía por allí, aunque intentara despejarme con los nuevos manuscritos que me llegarían, estaría cerca del hombre que había puesto en mi proyecto a alguien como Sara. No podía ver a Enrique y me costaría hacerlo durante un tiempo. Sabía que no podía quedarme allí más tiempo. No mientras sabía que Sara estaría con ellos y que podría estar haciendo lo que quisiera. Sabía que hacía mal en pensarlo, pero no podía evitarlo. Necesitaba distraerme. Me incorporé lentamente y puse los pies sobre el frío suelo con desgana. Ni si quiera me había molestado en encender la calefacción. Apenas sentía la nariz, pero no era algo que me importara. Me puse en pie sintiendo cómo mis huesos crujían y me dirigí hacia la ducha. Me quité el chaquetón, los pantalones, la bufanda y puse el agua caliente. Cuando noté que mi piel ardía al rozarla, decidí entrar. Mis músculos se tensaron y estiraron en cuestión de segundos. Parecía que mi piel se extendía sobre ellos como si quisiera llegar hasta el suelo. Dolía, pero no me importaba. No sé cuánto tardé, pero me vino bien para relajarme. Agaché la cabeza, sintiendo cómo el agua chocaba contra mi nuca y resbalaba por mi cuello hasta desaparecer por el desagüe, como si cada gota se llevara un mal pensamiento y lo alejaba de mí. Alcé la cabeza, para que el chorro cayera sobre mi cara y cerré el grifo. Me sequé con la toalla y, dando tiritones, fui hasta mi cuarto. Me vestí tan rápido como pude para entrar en calor cuanto antes. Me sequé el pelo, me calé el gorro hasta las cejas y miré el reloj que tenía sobre la televisión, en el salón. Las seis de la tarde. No era mala hora para salir. Cogí mi mochila con la cartera y las llaves y agarré el pomo de la puerta con fuerza. Todo el valor que había conseguido reunir mientras me duchaba se había esfumado. Mi cara era conocida y estaba en México, una de las ciudades donde más conocían a los chicos. Probablemente la mayoría de las CNCOwners sabrían quién era o por lo menos cómo era mi aspecto. ¿Y si salía a la calle y me reconocían? Ya no tenía ni a Héctor ni a Renato para sacarme del apuro. ¿Qué iba a hacer entonces? La imagen de aquellos días encerrada en el pequeño hotel con las fans llamando a mi puerta día y noche estallaron en mi mente. Los gritos, los constantes golpes, las miles de preguntas que se atropellaban unas con otras hasta llegar al punto de que no entendía nada. Sacudí con fuerza la cabeza en un intento de deshacerme de aquellos recuerdos. Nadie tenía por qué saber dónde vivía. Si no habían venido ya, probablemente no lo hicieran. Solo tenía que ser cuidadosa a la hora de entrar y salir del edificio, no me quedaba otra. Cogí aire por la nariz y abrí la puerta de par en par. No podía venirme abajo. Tenía que levantar cabeza. Cerré la puerta detrás de mí y salí de allí.

CNCO - Más que un sueño [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora