Parte 28 - Quédate

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–Dime que no es verdad –volvió a repetir alzando un poco más la voz.

–Ojalá no lo fuera... –Contesté en voz baja, bajando la mirada hacia mis manos temblorosas.

Un espeso silencio se apoderó de la habitación. Alcé la cabeza un poco y el corazón me palpitó con fuerza al ver el rostro de Christopher serio, con la mandíbula marcada debido a la presión que estaba haciendo al apretarla. Mi cuerpo se quedó paralizado. Quería correr hacia él, decirle que todo pasaría, que no me iba, que me quedaría con él, con los chicos y nadie me movería de allí. Pero era imposible. Enrique había tomado su decisión. Renato había intentado hacerle entrar en razón, pero ni con esas lo había conseguido. Noté cómo algo caliente empapaba mis mejillas. Llevé una mano temblorosa hacia allí y me quité con lentitud las lágrimas que cubrían mi rostro.

–¿Y no se puede hacer nada? –La voz de Christopher era apenas un susurro.

Lo observé con detenimiento. Tenía los puños cerrados con fuerza y los ojos entornados. Cogió aire por la nariz y alzó la cabeza hacia el techo, apartando la vista de mí durante un instante. La presión que sentía sobre el pecho desapareció durante un momento. Tenerlo allí delante, observándome detenidamente hacía que sintiera una losa sobre mis hombros.

–¿Vas a decirme qué ha pasado exactamente? –Christopher volvió a dirigir su intensa mirada hacia mí, haciendo que los vellos se me pusieran de punta.

–No ha pasado nada –mentí.

No tenía ganas de hablar del tema con nadie porque si lo hacía volvería a llorar y no quería sentir de nuevo las punzadas de dolor que me producía el simple hecho de pensar en que no estaría más con ellos. Ya no me molestaba tanto que Sara me hubiera chantajeado ni que fuera a ocupar mi lugar. Lo que más me dolía era no poder volver a verlos más. Probablemente habría oportunidades, pero no sabría cuándo. Además, si Sara había conseguido convencer a Enrique que ella se encargara del proyecto, no podía menospreciar su poder de convicción. Sería capaz de inventarse cualquier cosa con tal de conseguir lo que se proponía, de eso no había duda. Y quizá convenciera a la dirección o, incluso a los de SONY para prohibirme la entrada para ver a los chicos. Ya la creía capaz de cualquier cosa. No podía fiarme de ella. ¿Qué iba a hacer después de aquello? ¿Volverme a España durante un tiempo? ¿Quedarme allí y volver al trabajo para tener la mente ocupada? Pero el solo hecho de pensar en estar cerca de Enrique me producía náuseas. No podría soportar verlo todos los días, escuchar su voz y no sentir ganas de estamparle el puño en la cara. Cogí aire por la nariz para calmar mis instintos asesinos.

–¿Por qué me mientes? –Christopher me sacó de mis pensamientos–. Algo ha tenido que pasar para que te quiten de en medio de manera tan precipitada –dio unos pasos hacia mí; de manera instintiva, yo di varios hacia atrás, alejándome de él.

–No estoy mintiendo –negué lentamente con la cabeza, deseando que me creyera.

–Estás a punto de marcharte para siempre y lo único que haces es evitar que me preocupe por ti. ¿De verdad? ¿No puedes ser sincera conmigo aunque sea por última vez? –Apretó los dientes y entornó los ojos; las aletas de su nariz se movían lentamente al ritmo de su agitada respiración.

Lo observé detenidamente. Sus músculos estaban tensionados, su mandíbula apretada y sus ojos pardos estaban enrojecidos. Hasta ese momento que lo tenía a pocos metros de mí no me había dado cuenta de ese detalle. ¿Había estado llorando? ¿Acaso tenía ganas? Contuve la respiración un instante. Su mirada parecía dolida. Aquella sensación se caló en lo más hondo de mi interior, enraizando en lo más profundo de mi ser. Verlo así dolía más que cualquier otra cosa.

CNCO - Más que un sueño [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora