Capitulo 8

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LIADAN

Esquizofrénica o no, estoy lista para llevar a cabo mis pesquisas por absurdas que sean. La visita a la biblioteca me ha convencido de llegar hasta el final. Juraría que he escuchado un ruido dentro de la sala vacía, pero me he obligado a convencerme de que en los edificios antiguos los crujidos son normales. Porque valiente sí soy pero no tanto como para hacer como las protagonistas de las películas de terror, que van directas a la boca del lobo creyendo que no puede haber nada. Sin embargo, la ausencia del estúpido libro de parapsicología, cuando estoy segura de que lo dejé en su sitio al cerrar ayer, me da pie a pensar que no me lo he imaginado.

Bajo a ver al conserje.

—Disculpe, James —lo llamo, haciéndolo salir de su pequeño despachito junto a las grandes puertas—. ¿Sabe si esta mañana alguien ha abierto la biblioteca?

El regio anciano, vestido como un mayordomo de película, saca una especie de libro de visitas y mira lo que hay apuntado en él. O lo que no hay, más concretamente.

—No, señorita —me dice muy seguro de sí mismo—. Nadie la ha visitado esta mañana. ¿Hay algún problema?

—Había un libro fuera de sitio —digo tratando de esconder mi angustia—, eso es todo.

James sonríe con picardía, enmarcando sus ojos claros con finas amiguitas.

—No es usted la única que ha percibido cosas extrañas, ayer una de las mujeres de la limpieza se puso nerviosa en un pasillo de arriba —susurra—. A ver si ha sido el fantasma.

Sonríe, pero sus ojos están muy serios. Se me ha quedado la boca seca.

—A ver —le contesto tratando de reírle la chanza—. Buenas tardes, James.

—Buenas tardes, señorita Montblaench.

Recuerdo a la pobre mujer de la limpieza que en mi sueño había atravesado a Alar para alejarse de la presencia invisible que había sentido a su alrededor. Está claro que no me he inventado que la mujer se puso nerviosa, si el conserje también está al tanto. Ahora ya estoy segura de que algo extraño sucede por imposible que sea, y decido seguir adelante con mi plan. Me voy directamente al jardín trasero del castillo. Corro, más que camino, a través de la pequeña senda sinuosa por la que me llevó Alar ayer. Cuando ya estoy llegando al claro de los caims, camino más despacio y me

detengo entre el follaje húmedo, a un lado de la senda. Compruebo que no haya nadie en el antiguo cementerio. En cuanto me aseguro de que está vacío, inspiro hondo y me lanzo hacia las losas del fondo.

Cualquier persona normal no entendería qué hago aquí aunque se lo explicara, pero yo soy muy dada a seguir mis corazonadas, por triviales que parezcan. De la misma forma que intuí que Keir creía en los fantasmas por la fugaz tribulación de su rostro, sé que algo pasa con estas losas por la voz sombría y evasiva con que Alar las nombró. Me arrodillo en la hierba ignorando el hecho de que se me humedecerán los téjanos. Saco mi libretita Mo-leskine del bolsillo del abrigo y me pongo a copiar las runas que hay en las losas tan rápido como puedo. No me detengo a admirar el paisaje cuando acabo de copiarlas y me he asegurado de que mi transcripción es lo más fidedigna posible.

—Estoy loca —decido, pero me guardo la libreta en el bolsillo dispuesta a proseguir con la carrera en que se ha convertido mi absurdo plan estratégico.

Corro de vuelta al instituto. Cuando llego a la intersección de las sendas, dudo, deseando llegar cuanto antes junto a la compañía de otros seres vivos. Me decido por el camino que no pasa junto al lago, esperando que sea el más corto. No lo es. Tardo más en regresar hasta el castillo de lo que he tardado en venir antes hasta el cruce por la otra senda. Me pregunto entonces por qué me llevó Alar por ese camino de regreso ayer. La única posibilidad que se me ocurre, y que no quiero contemplar en este momento, es que hubiese querido alargar el tiempo que pasamos juntos. Pese a lo mucho que me atrae la idea, en este momento prefiero desterrar esa romántica y atractiva posibilidad de mi cabeza.

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