ALASTAIR
Hoy es un gran día, porque se terminan las clases durante dos semanas y tendré a Liadan para mí solo todo ese tiempo. Es una joven tenaz, ha conseguido que le permitan venir a estudiar por las tardes, y nadie nos molestará. Incluso el conserje estará fuera la mayoría de los días. Estoy feliz, aunque tengo una espina clavada. Caitlin estuvo muy rara toda la noche y Liadan tuvo que irse antes de que pudiera hablar con ella, pero me las arreglaré para que hagan las paces. Ese joven, Keir, no va a ser la causa de que se peleen.
Lo único que no me gusta es que Liadan le sea tan leal, me desquicia, por lo que no acudo a verla a las clases. Tendría que alegrarme de que sienta algo por uno de ellos, alguien con quien pueda compartir su vida cuando se vaya de aquí, y no puedo dejar que me nuble mi egoísmo: además de que es innoble, me da miedo. No se me olvidan las palabras de Caitlin: «Ni siquiera me di cuenta de lo que estaba haciendo. Era consciente de que estaba arrastrando al vivo al fondo del lago, pero no podía evitarlo. Necesitaba ahogarlo».
Y me da miedo que me pase lo mismo, pues es la vida de Liadan lo que está en peligro. Tengo que hacerme a la idea de que no es para mí, que nunca lo será y luchar contra cualquier otro pensamiento. Así que paso el día tratando de asimilarlo y calmarme, y cuando se acerca la hora del fin de las clases me dispongo a esperarla con mi más espléndida sonrisa y mi mejor voluntad.
Pero Liadan no viene sola. Algunos alumnos entran en la biblioteca tras ella y se esparcen por los corredores como una marea de cristianos. Es el último día de clase y han venido a buscar las lecturas obligatorias, así que no pasa nada, esperaré tranquilo. Me mantengo apoyado en la librería que hay cerca de la mesa del bibliotecario, y le dedico un mohín de impaciencia a Liadan. Pero el gesto se me hiela en el rostro, y me asusto.
Porque la expresión de Liadan es la viva imagen del desconsuelo cuando me mira. Sus grandes ojos negros están vidriosos, casi mojados. La veo acercarse hacia mí, sin pensar en sus compañeros, y le hago señas para que se detenga. Un joven la llama y ella reacciona y, aunque le cuesta, parpadea y se gira a regañadientes. En su mirada antes de darme la espalda había sufrimiento, y yo empiezo a pensar que si tanto ella como Caitlin se separaron angustiadas no fue porque se pelearan entre ellas.
No sé qué le pasa y eso me angustia, porque soy yo quien la pone en ese estado. Me introduzco en una librería, apartándome de su vista hasta que se vayan sus compañeros. No estoy seguro de lo que es capaz de hacer en ese estado.
Los minutos pasan lentos, y los alumnos jamás me han molestado tanto. Oigo a algunos de ellos quejarse del frío que hace en la biblioteca, pero no me importa; quizás así se vayan más rápido.
último de los jóvenes en marcharse, el mismo que vino a pedirle a Liadan ayuda con el trabajo sobre literatura, trata de convencerla de que vaya con ellos a tomar un café como despedida antes de las vacaciones. Pero Liadan se niega, y yo me alegro porque no deseo que se separe de mí en ese estado. Veo cómo lo acompaña hasta la puerta y espero hasta que se marche, antes de salir de mi escondrijo.
—¿Liadan? —pregunto preocupado. Ella no me responde. Se limita a girarse hacia mí y correr hasta abrazarme y hundir el rostro en mi pecho. Me ha rodeado el torso con los brazos y casi me mareo por el frío contacto que me envuelve. No me esperaba esto, estoy sorprendido y asustado al mismo tiempo. Jamás había tenido tanta proximidad voluntaria con un vivo, y me gusta demasiado. Pero me preocupa más su estado, porque sus hombros se convulsionan y lo único que veo de ella es su hermosa cabellera pálida bajo mi barbilla, sé que está llorando. Le rodeo la espalda con los brazos y dejo que se desahogue, mientras aprovecho esos instantes para gozar de este abrazo.
—¿Qué te pasa? —le pregunto cuando sus sollozos se hacen más suaves, menos intensos pero más desconsolados—. ¿Es porque tu amiga ya se ha ido? ¿La vas a echar de menos?
Se aparta de mí como si se hubiese indignado. Sus mejillas están surcadas de lágrimas pero de pronto me mira como si yo la hubiese ultrajado.
—¡Te voy a echar de menos a ti! —me grita.
Así que era eso. Miro al suelo, pues por una parte me halaga que se haya tomado tan a pecho el hecho de que sepa que tendremos que separarnos, pero mi parte altruista me convence de que a una de ellos no le conviene alterarse tanto por alguien como yo. Eso despierta mi espíritu bienhechor, pero no le gusta la expresión de compasión que ve en mí.
—¡No! —Me dice Liadan antes de que pueda hablar—. Ni se te ocurra decirme que tiene que ser así y que es lo mejor para mí.
Por todos los dioses, qué avispada es. Pero eso es lo único que podría decirle, así que callo y ella siente la derrota, la cruda verdad. Vuelve a abrazarme con tristeza, y las lágrimas bañan sus ojos de nuevo. Sé que no debería sentirme complacido, pero así es. Me alegro de saber que ella siente algo parecido por mí y le acaricio los cabellos mientras dejo que llore, concentrándome en el tacto de sus sedosos cabellos, la frialdad palpitante de su cuerpo contra el mío, lo extraño que es que nos estemos tocando. Siento que se estremece y le alzo la barbilla para mirarla, para asegurarme de que su emoción es parecida a la mía.
Entonces y sin pensar sabiamente en lo que estoy haciendo, me inclino sobre su rostro y la beso. Si pensaba que quizás ella se asustaría, o se apartaría, estoy muy equivocado. Sus manos suben por mi cuello para rodeármelo, y me devuelve el beso con suavidad. Es la sensación más maravillosa que he sentido desde que estoy muerto, y desde que estuve vivo, me atrevería a jurar ante los dioses. Sus labios, fríos comparados con los míos pero llenos de una vida que yo no tengo, son la cosa más dulce que ha existido jamás en esta tierra. Y un profundo escalofrío me recorre todo el cuerpo, haciéndome sentir que jamás podré volver a separarme de ella sin enloquecer. Soy vagamente consciente de que una de mis manos se enreda en sus cabellos mientras la otra recorre su costado. Sólo sé que ella lo desea tanto como yo, y que el deseo no muere con el cuerpo.
Entonces siento una vibración en el aire y vuelvo a ser consciente del mundo que hay a nuestro alrededor. Fijo la mirada en la puerta, y me quedo paralizado sosteniendo a Liadan todavía entre mis brazos como si así pudiera protegerla de lo que va a venir a continuación.
Su amiga, la joven rubia del rostro angelical, está parada en la puerta. Y su mirada refleja auténtico pánico.
Sé lo que ha estado viendo hasta ahora, sin importar cuánto tiempo hace que está ahí, tan incapaz de moverse como me siento yo ahora. Está viendo cómo su amiga abraza al aire, quizás incluso la ha oído hablar con nadie.
Y está convencida de queLiadan se ha vuelto loca.
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TAIHBSE
Teen FictionPrimero que nada, debo decir que esta historia no me pertenece a mí, sino que su autora, es la escritora Carolina Lozano. **************************************************************************** En Escocia abundan los fantasmas y muchos escocese...