capitulo 9

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ALASTAIR

El domingo es uno de mis días preferidos, ya que me siento especialmente libre al estar el instituto completamente vacío salvo por los guardias de seguridad que se mantienen en la garita de las verjas de entrada. Entonces es como antes, cuando no había ni instituto ni estudiantes sino sólo un castillo abandonado, y paseo sin preocuparme por no hacer ruido, visito la biblioteca encendiendo las luces cuando quiero y rae atrevo a usar Internet. El ronroneo de los ordenadores es demasiado llamativo cuando alguien puede escucharlo. Sí, el domingo es mi día preferido. Cojo el lote de diarios que el conserje acumula en su despacho a lo largo de la semana y los leo todos. Es la mejor forma de mantenerme informado de cuanto sucede en mi ciudad, y en estos días me parece más importante que nunca. Busco cualquier cosa que pueda poner a Liadan en peligro.

Le he tomado cariño, lo sé. Más del que conviene, estoy seguro, pero es un hecho irrefutable y tengo que aceptarlo. Ni siquiera es inesperado, ya que si para nosotros es fácil obsesionarse, lo es mucho más si además se trata de una de ellos que te trata como si tú no fueras diferente. Encima, tras el mal trago que le hice pasar el jueves, después de haber visto su rostro aterrado cuando me miraba y haber sostenido su liviano y palpitante cuerpo entre mis brazos, ha despertado mi instinto protector. No quiero que le suceda nada malo, ni quiero hacérselo yo. Ni ninguno de los míos, ni su propia perspicacia. Por eso he hecho desaparecer el viejo diario e incapacitado su móvil. Ahora sólo tengo que acordarme de dejar el tratado de parapsicología donde ella lo pone, pese a que no es su lugar correcto. Quizás, cuando haya pasado un tiempo, trataré de convencerla de cambiarlo, ése y algunos otros libros, a su lugar lógico. Porque el desorden me pone enfermo.

Cuando el sol llega a su cénit llamo a Jonathan y lo emplazo a venir al instituto esta noche. Tengo que hablar con él y prefiero hacerlo cara a cara; es importante que tenga claros los límites de lo que le voy a pedir. Porque como yo, él es de los que puede entrar en contacto con el mundo físico. Mientras tanto me quedo en la biblioteca hasta el atardecer. Entonces, cuando la luz empieza a decrecer, voy al lago a ver a Caitlin. Me está esperando y está de buen humor; todos nosotros nos excitamos ante la cercanía del Día de Brujas. Y para ella, que no puede alejarse de las orillas del lago, es aún más emocionante que para mí.

—Oye —me dice alegremente—. ¿Qué harás con el bicho raro el Día de Brujas?

—No es un bicho raro, es una joven como fuiste tú —apunto paciente—. Y no haré nada porque se marcha. Su ciudad no es como la nuestra, así que espero que allí no tenga problemas.

—Tarde o temprano los tendrá, ya Jo sabes —augura Caitlin—. Acuérdate de la muchacha del diario, la que se mató en las escaleras de caracol.

—A ésa no la protegía yo —le explico—. Y ahora me voy, he quedado con Jonathan.

—¿De veras? —Me dice Caitlin—. Salúdale de mi parte, dile que nos vemos la Noche.

—Así lo haré —le prometo enternecido. Pobre Caitlin. Se ahogó en el lago en 1785, cuando aún era doncella, y allí se había quedado atrapada después con sus quince años de antaño. Con su trágica desaparición sus padres dejaron el castillo, que quedó abandonado algún tiempo, hasta que se convirtió en el instituto que es hoy. Yo fui su único apoyo, Caitlin se habría convertido en algo terrorífico de no haber contado conmigo y sus ganas de parecerse a mí. A lo largo del año ella no ve a nadie más que a mí y a los pocos dúnedains que se acercan hasta el lago. Y no son muchos, el mito del fantasma del lago es más conocido que el del fantasma de la biblioteca pese a que yo soy mucho más antiguo.

Este hecho se debe a que ella es mucho menos discreta, más perturbadora y de lejos más obsesiva que yo. Llegó a un extremo peligroso cuando dos años atrás trató de ahogar a uno de los estudiantes en el lago. «Me parecía guapo», me había explicado arrepentida cuando le pregunté por qué se había arriesgado de aquella forma a llamar demasiado la atención. En aquel momento no la comprendí, pero ahora puedo hacerme una idea de sus motivaciones. Es difícil sentirse atraído por alguien, desear compañía, y estar tan lejos pese a tenerlos al lado. Y saber que se van a ir, mientras tú te quedas aquí para siempre.

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