capitulo 30

11 1 0
                                    

ALASTAIR

Es mañana de domingo y me siento más libre que nunca, más que desde hace mucho tiempo. Echo de menos a Liadan, pero no a sus compañeros de clase, porque ahora que hay exámenes los dúnedains infestan el castillo de la mañana al anochecer, y me resulta cansado ser discreto, no interponerme en su camino y no helarlos de frío. Y, sobre todo, me molesta no poder ocupar mi biblioteca por las mañanas.

Pero hoy es para mí, porque los domingos no vienen. Acudo tranquilamente a la biblioteca, y enciendo las luces y el ordenador del bibliotecario. Me turban las ganas de explicarle a Liadan que he encontrado la solución perfecta para disuadir al psiquiatra de que necesita tratamiento. Es tan simple que Caitlin se reía cuando se lo explicaba ayer por la noche, así que ahora voy a hacerles a ella y a Aithne el trabajo de historia.

Llevo varias horas con ello cuando oigo el seco sonido de unos pasos en el amplio corredor de piedra. ¿Quién puede ser a estas horas? Pues ya hace años que los guardas no se molestan en hacer rondas. Me apresuro a apagar el ordenador guardando el trabajo y a apagar las luces, pero no me muevo de aquí; quiero saber quién ha venido a molestarme.

Las pisadas se detienen en la puerta de la biblioteca y escucho el sonido familiar de la llave en la cerradura. La puerta se abre de golpe y en ella aparece Liadan, mirando frenética a su alrededor.

—¡Liadan! —exclamo asustado—. ¡No deberías estar aquí, podrían haberte seguido!

—No hasta la noche, creo —dice con voz entrecortada.

Está llorando, y abro los brazos para dejar que se refugie en ellos cuando corre hacia mí. Tiembla de una forma incontrolable, y no deja de llorar murmurando cosas que no puedo entender. Tan sólo comprendo las palabras aparición, Jonathan y Crich-ton Castle. Entonces tengo una funesta premonición y aparto a Liadan para poder mirarla a la cara. Está aterrorizada, y me mira con lo que creo que es esperanza por si puedo ayudarla.

—Explícame lo que ha pasado —le digo manteniendo la calma, y llevándola hacia la mesa para sentarla—. No, no te quites el abrigo. Va a hacer frío aquí.

Le sonrío con la intención de aliviarle la tensión, pero su rostro sigue manteniendo una descorazo-nadora expresión de desesperanza. Le cojo las manos y se las aprieto, porque las tiene heladas, y trato de infundirle calor.

—Cuéntame lo que ha pasado —le susurro.

Lo que me explica me deja aterrado, porque ni siquiera tiene que ver con un psiquiatra ni con ninguno de ellos. Sé de lo que está hablando y es lo peor que nos podía pasar, mis peores temores se han hecho realidad.

—Una mará, dijo Jonathan. Eso es un mito escandinavo... —me dice Liadan con los ojos aún húmedos—. ¿No son esos espíritus femeninos que se subían al pecho de los hombres durmientes para provocarles pesadillas?

—Sí, no es una mará de verdad pero las llamamos así. A todos los que son como ella. Es un espíritu furioso, seguramente tuvo una muerte violenta en la plenitud de la vida. Debió de jurar que castigaría a quien la maltrató, pero no pudo cumplir su promesa porque simplemente su verdugo debió de morir antes de que ella pudiera llegar a él. Ahora se regodea torturando a cualquier vivo al que pueda acceder —suspiro, pues no hay nadie más accesible que Liadan—. ¿No te dije que no miraras a nadie a la cara? Debiste hacerme caso.

—Yo no sabía..., no sabía que esa mujer estaba muerta hasta que me fijé. Que yo supiera no había ningún muerto en el Crichton. Además, ¿cómo ha podido salir de allí?

—No está atada a ninguna parte, salvo a su propia furia. ¿Te ha seguido ahora?

Liadan niega con la cabeza.

—Estará limitada a la oscuridad, debió de morir de noche. No te preocupes. Si no le demuestras que sabes que está ahí, no podrá hacerte nada y se cansará de seguirte.

Le tomo el rostro entre las manos y ella asiente. Se restriega las lágrimas de los ojos; está tan acostumbrada a hacerse la fuerte que sigue queriendo simular valentía. Pero sé que tiene miedo, yo también lo tengo. La beso, y le dedico una sonrisa con una seguridad que no siento.

—No te preocupes, todo saldrá bien, ¿me oyes? —le aseguro.

—Quiero quedarme contigo —musita.

—Quédate hasta antes del anochecer.

La abrazo con fuerza, sintiendo la frescura de su cuerpo contra el mío. Es un cuerpo que no quiero perder.

—¡Dioses! —exclamo, se me ha contagiado la manía de perjurar de Liadan.

La bombilla del vestíbulo, donde me he despedido de Liadan, explota pese a que no estaba encendida. Los trozos minúsculos de cristal me atraviesan y crean un eco casi imperceptible cuando llegan al suelo de piedra. Estoy al borde de dejarme llevar por la ira, soy consciente de ello, voy a volverme loco. Necesito salir de aquí, y me muevo por el edificio del castillo como una fiera enjaulada. Sin encontrar solución alguna, me voy a los jardines y acecho las verjas como si éstas fueran de pronto un enemigo que no me deja existir. Pero no puedo permitirme avanzar y perderme del mundo, dejando sola a Liadan. No puedo soportarlo, y grito. Y ahora sí parezco uno de los míos. Miro con rabia a los guardias de la garita cuando salen recelosos de su casita de piedra, conscientes de que algo ha sucedido. Mientras miran a su alrededor sin ver nada, y se preguntan si ha sido una corriente de aire, siento cómo me cosquillean los músculos bajo la piel. Entonces respiro hondo, no puedo atacarlos, ellos no han hecho nada.

—Tranquilízate, Álastair —me digo viendo como los dos hombres uniformados regresan al interior de la garita; ellos no son el problema, nunca lo han sido.

El lunes por la mañana no espero para acudir al lado de Liadan, sino que entro en su primera clase y me detengo junto a su silla. Poco a poco empiezan a llegar los alumnos, y yo mantengo la mirada fija en la puerta mientras los rostros van entrando sin que me fije en ellos. Hasta que llega Liadan, que viene junto a Aithne pero no habla. Ha vuelto a vestirse de negro completamente y tiene expresión cansada. Las ojeras destacan en su extrema palidez y sus ojos opacos parecen más grandes que nunca. No ha dormido esta noche.

Cuando se dirige hacia aquí levanta la vista del suelo y me sonríe, y yo tengo que hacer un esfuerzo para no levantarme y abrazarla aquí en medio. Me siento completamente inútil, impotente. No puedo hacer nada para ayudarla.

—Cálmate —me susurra cuando pasa junto a mí, apretándose el abrigo contra el cuerpo para indicarme que empieza a hacer demasiado frío.

Sus compañeros comienzan a sentirse espeluznados con las cosas extrañas que suceden en el castillo pero es algo que ya no me importa. De hecho, nos conviene.

—¿Me dices a mí? —le pregunta Aithne cuando se sientan en sus pupitres.

—No —le contesta Liadan, mirándola a los ojos mientras yo la rodeo con mis brazos.

—Ah.

Aithne mira a su alrededor, buscándome, pese a que no va a encontrarme.

—Entonces esa pinta que tienes hoy no se debe a que te hayas peleado con Álastair, ¿no?

—No.

Aithne duda. Está claro que Liadan no le ha dicho lo que pasa, aunque Aithne sabe que ella no está bien. Me parece muy importante asegurarme de que Aithne no le comente nada del detective a Liadan.

Con un acosador tienemás que suficiente. Y yo temo que voy a perderla, de una forma u otra, y tengoque esforzarme para no helar toda la habitación.

TAIHBSEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora